“Somos una generacion de hombres criados por mujeres, me pregunto si realmente otra mujer será la respuesta que necesitamos.”
Tyler Durden, El Club de la Lucha.
Hace ya un día que mi madre se fue a China, dejándonos solos en casa a mi hermana, mi padre y a mí durante los próximos diez dias.
Uno considera que ante un viaje de esa envergadura -tanto por la distancia como por la duración-, los preparativos le absorberían a uno por completo, mutilando cualquier pensamiento ajeno al visado, el destino o la preparación de la maleta (la cantidad de calzoncillos es un tema especialmente sensible). Sin embargo, los hechos han sido implacables conmigo plantando, como una bofetada en la cara, la cruda realidad ante mí.
Lo más importante antes de irte de casa es asegurarte de que tu familia coma.
Anteayer asistía, a punto de irme a la cama, al espectáculo de la intendencia: uno a uno, mi madre nos recordaba toda la comida que dejaba en la nevera, convenciéndose de que no nos faltaría de nada. Para asegurarse de que las cumpliéramos, replicaba sus indicaciones en una nota -que más bien parecía una carta- para la asistenta.
Con las instrucciones de mi madre aun retumbándome en la cabeza, no podía evitar preguntarme si tantas preocupaciones servirían de algo. ¿Acaso no sabríamos bajar al supermercado si nos quedábamos sin comida? ¿Acaso seríamos incapaces de hacernos una miserable tortilla si nos estuviéramos muriendo de hambre?
Pues bien, aunque lo de cocinar lo tenemos superado, por lo visto yo sí que tengo un problema con la compra.
La misma tarde de su partida, un viaje al supermercado en busca de pan se convirtió en un periplo por el colesterol y las grasas saturadas: papas y doritos a discreción, coca-colas, cereales, polos y saladitos. El pan, por cierto, se me acabó olvidando, despertando las iras de Marta.
Durante la cena pude comprobar que mi hermana se comportaba de un modo extraño. Había algo en ella… ¿cómo decirlo? Maternal. Era ella, la más pequeña, la que nos mandaba recoger la cocina: bastó un simple “dejadlo todo perfecto” para que nosotros accediéramos sin rechistar.
Ya en la cama, no podía dormirme. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿A qué se debía ese halo de autoridad que rodeaba a mi hermana? Y caí en la cuenta: ¡se había convertido en mi madre!
Y es que por lo visto, la expresión “son como niños” es completamente cierta. Los hombres, aunque crezcamos por fuera, nunca dejamos de ser niños por dentro. Niños que necesitan una madre. Pensad en una pareja que lleve cierto tiempo saliendo. En una noche de fiesta cualquiera, será ella quien le vigile, quien le sugiera cuándo parar de beber, y, en la mayoría de casos, quien le lleve a la cama. ¿Hay algo más maternal que eso?
Supongo que es ésta una relación simbiótica: mientras que el hombre recibe atenciones, mimos y alguna que otra reprimenda, la mujer se siente necesaria, madre atenta que cuida de su hijo pequeño y torpe. Sin embargo, eso no significa que en ciertas ocasiones pueda producirse el comportamiento inverso, apelando ella al comportamiento protector y paternal del hombre.
Después de mucho pensarlo, he llegado a una conclusión. A pesar de lo que diga Tyler Durden, no hay nada como el amor de una madre.