miércoles, junio 27, 2007

Escuchando a Bond

Anoche, cuando buscaba un analgésico musical para mis pensamientos, topé con un viejo disco que no escuchaba desde hace algunos años: la recopilación de las bandas sonoras de las películas de James Bond.

Después de unas cuantas escuchas, os ofrezco, junto la promesa de volver a escribir pronto (exámenes mediante), las que para mi son las mejores canciones de James Bond de todos los tiempos.

1

James Bond Theme – Monty Norman Orchestra

2

Golden Eye – Tina Turner

3

A View to a Kill – Duran Duran

4

Goldfinger – Shirley Bassey

5

You Know my Name – Chris Cornell

6

The Man with the Golden Gun – Lulu

7

Diamonds Are Forever – Shirley Bassey

8

You Only Live Twice – Nancy Sinatra

9

Tomorrow Never Dies – Sheryl Crow

10

Live and Let Die - Wings

Y vosotros, ¿qué pensáis? ¿Cuál es vuestra canción Bond favorita?

viernes, junio 22, 2007

Las Horas

Veo pasar las horas tirado en mi cama sin poder dormir, mis ojos clavados como puñales en mi corazón.

Miro dentro de mi para descubrir un enorme vacío. Es curioso: luchas por algo con todas tus fuerzas, te obsesionas con ello, y cuando lo consigues, no te queda nada.

Pasa otro minuto y en mi cabeza siguen sonando las canciones de aquellos que han sufrido mucho más que yo.

Y, de repente, lo comprendo.

Me doy cuenta de que sólo soy un bulto en mi cama que suda y que respira; un bulto que se mueve al ritmo de una obsesión.

Cierro entonces los ojos, y dejo pasar el tiempo.

Porque, a veces, el tiempo simplemente pasa.

Y yo sólo quiero hacerme mayor.

miércoles, junio 13, 2007

Un día menos

Junio es uno de esos meses en los que me gustaría desaparecer. Cerrar los ojos y despertar en Julio, listo para el verano. Porque durante este mes, además de al insomnio y al estrés de los exámenes, debemos enfrentarnos con nosotros mismos.

Porque las cosas que ocurren de noche no son de verdad.

Diría que es a partir de las tres de la mañana cuando las cosas empiezan a perder el sentido. Porque cuando todos duermen, el mundo cambia de manos. El mundo es de los insomnes.

Miro por la ventana y reconozco las luces de aquellos que, como yo, se quedarán despiertos toda la noche. Hace años que nos conocemos. Somos el ejército de insomnes que reina en este silencioso mundo que nos ha caído en gracia.

Alzaos, insomnes. La ciudad es nuestra.

Dan las cuatro y decido robarle una hora más al sueño para hacer un par de problemas. En los cascos, algo viejo que me recuerda a alguien. Y entre ecuación y ecuación se cuela un torrente de recuerdos, de viejos anhelos, de sentimientos que creía desterrados hace tiempo. Porque cuando todos duermen, puedes oírte pensar.

El mejor momento de la noche llega cuando, casi al alba, caigo derrotado en la cama y pienso que ya queda un día menos para acabar. Un día menos.

Mucho ánimo a todos.

jueves, junio 07, 2007

Tan joven y tan viejo

Aunque mi madre nunca me felicita hasta que las diez de la noche, que fue cuando nací, a las doce en punto ya había empezado el baile de sms. Montones de “Felicidades capullín”, “Es bueno tener un amigo como tú”, o “Dentro de nada se te empieza a ver el cartón” empiezan a acumularse en mi bandeja de entrada, en algo que resulta ya tan natural que se me hace difícil recordar cómo funcionaba esto de las felicitaciones de cumpleaños antes de que tuviéramos móviles.

Las primeras horas del día se convierten, por tanto, en una pequeña competición: la primera felicitación, el primer insulto cariñoso… y cada una, con su estilo particular, nos arranca una sonrisa de satisfacción.

A veces, una simple felicitación es mejor que cualquier regalo.

Y sin que nos demos cuenta, una tarta, varios regalos y muchas felicitaciones más tarde, cuando encontramos un poco de tranquilidad, llega el momento de hacer balance del año; de decidir qué es lo que esperamos del nuevo año. De marcar objetivos y corregir errores. De analizar nuestras vidas.

Me invade cada vez más a menudo, a mis veinticuatro años recién cumplidos, la sensación de haber gastado la tercera parte de mi vida formándome para algo que todavía desconozco, el ansia por convertirme en un adulto.

Me siento tan joven y tan viejo, como canta Sabina, hastiado ya de que cada año sea más de lo mismo. Quiero, necesito, como reza la publicidad de Ikea, redecorar mi vida.

Al cabo de un rato, me doy cuenta de que todo resulta demasiado metafísico para una mañana de exámenes, que ha llegado el momento de seguir haciendo problemas.

Porque, después de todo, puede que no falte tanto para hacerse mayor.

sábado, junio 02, 2007

Operación Bikini

Como una verdad incómoda que queríamos evitar, el verano ha vuelto. Dentro de poco empezaremos a pasear nuestros excesos invernales por esa pasarela de la semidesnudez que son playas y piscinas, sin más tela que un minúsculo bañador cubriendo nuestro cuerpo. Atrás quedaron esos confortables meses de jersey y cazadora, en los que nuestros kilos de más descansaban, ocultos, permitiéndonos conservar algo de dignidad.

Resulta curioso que sea en estas semanas, y no durante todo el año, cuando nos demos cuenta de que no tenemos cuerpos de anuncio. Es como si, después de un invierno de pocos -o nulos- cuidados, un día nos despertásemos con redondo michelín adornando nuestra cintura. Un patético michelín que no tenías la noche anterior al acostarte.

¡Un momento! -decimos mirándonos al espejo- ¿qué es ese bulto que me ha salido? ¿dónde se ha metido mi tableta de chocolate?

Como respuesta, el tipo del espejo, ese tipo que es como tú salvo por el indigno michelín, te contesta señalándote: ¿acaso no lo ves?... -y sonríe malvado- … ¡repartida a lo largo de todo tu perímetro!…

Indignado, decides que ningún tipo gordo del espejo tiene derecho a reírse de ti. Que se van a enterar él y su michelín, porque hoy mismo empiezas la operación bikini, y en un plis-plas ambos no serán más que un incómodo, casi irreal, recuerdo.

Pero perder peso no es fácil. Los que lo hayáis intentado sabréis que las dietas, además de aburridas, son duras. Después de un par de días bastante divertidos -¡hay que ver de cuántas maneras se pueden cocinar las judías verdes!-, desaparece el entusiasmo y nos damos cuenta de lo patético que resulta tener que pesar las cosas antes de comértelas.

Por eso decidí que necesitaba un compañero de fatigas, y lo encontré en mi amigo Alberto. Él es quien me acompaña en este viaje por el lado oscuro de la gastronomía (no se me ocurre otro nombre para ensaladas, carnes a la plancha y postres insípidos), y, después de mi michelín, el principal motivo para no darme por vencido.

Desde que empezamos las dietas, Alberto y yo nos comportamos como un par de jóvenes anoréxicas en plena “batalla de kilos”. Me explico: si uno baja un kilo, el otro también debe hacerlo. Si uno sale a correr tres días a la semana, el otro también debe hacerlo. Constantemente nos llamamos para intercambiar consejos y -lo que a él más le gusta- nuestras últimas pesadas.

Y, aunque parezca mentira, la fórmula funciona. Resulta que el miedo a perder la apuesta es mucho más fuerte que el hambre, y poco a poco, uno y otro vamos bajando de peso. El tanteo es otra historia. Por ahora Alberto me está dando una soberbia paliza, pero se está estancando… ¡y yo sigo progresando!

No conoceremos el resultado final hasta dentro de poco menos de un mes, cuando antes de ir a la playa, en bañador frente al espejo, vuelva a preguntarme: ¿dónde se ha metido mi tableta de chocolate?...

Siempre me quedará el consuelo de saber que la verdadera belleza está en interior.

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