Hola a todos. O a los que queden. Después de más de medio año en silencio, no me extrañaría estar, como lo estuve en un principio, escribiendo solo.
Tal vez sea mejor así.
El caso es que llevaba ya un tiempo dándole vueltas a la posibilidad de hacer algo con el blog. Volver a escribir. Cerrarlo para siempre. En definitiva, sacarlo del limbo vajillil en el que lo dejé abandonado el veintiuno de agosto pasado. E incapaz de decidir, había decidido dejar pasar el tiempo.
Hasta hoy.
Esta noche, sin me he visto atrapado, como tantas otras noches antes, entre la madrugada y el pop rasgado y quejumbroso de mi iPod.
Ponerse a escribir era ya del todo inevitable.
Puede que razones para no escribir las haya en un número mayor o igual a las que haya para hacerlo. En primer lugar, hace algún tiempo que no estoy triste. Ni angustiado. Y en cierto modo, esos fueron los motivos que propiciaron el nacimiento de este blog. No resulta del todo extraño pensar que, una vez cumplida su misión, éste desapareciera.
Después de todo, las cosas viejas suelen acabar en la basura.
Sin embargo, una parte de mi se resistía a pensar que dos años de insomnio y reflexiones, dos años de mi al fin y al cabo, acabaran en algún basurero virtual de vete tú a saber qué parte del Sillicon Valley, California.
Porque en realidad no quiero dejar escapar este pequeño espacio donde refugiarme de la vertiginosa vorágine –qué dos palabras más bonitas y más sonoras- del Erasmus, esa suerte de Gran Hermano financiada por la Unión Europea en la que muchos estudiantes de mi generación nos hemos visto inmersos.
Pero ya habrá tiempo para hablar de eso.
Por ahora sólo me queda daros, a todos, una calurosa bienvenida al blog.
No sabéis cuánto lo echaba de menos.