La Guerra de mi Abuelo (parte II)
La guerra la pasó mi abuelo como escribiente, evitando los ascensos, en una brigada móvil especializada en los “golpes de mano”, esto es, pequeños ataques puntuales que ayudaban a decidir la toma o la defensa de ciertas plazas. Fue un tiempo ajetreado, de perder amigos, de hacer otros nuevos, de salvar la vida por los pelos; un tiempo de guerra, al fin y al cabo.
Es en esta época donde constata que la aquella era una guerra de hermanos: en general, no eran las ideologías, ni la búsqueda de la justicia social, ni los motivos religiosos los que empujaban a los españoles a luchar entre ellos. Casi todos se vieron, como mi abuelo, sorprendidos en una lucha que no conseguían entender, formando parte del ejército que les había tocado en una especie de sorteo macabro.
Tal vez fuera eso lo que hizo posible que, en alguna ocasión, los soldados jugaran un partido de fútbol en tierra de nadie, entre las trincheras, o que los coroneles llegaran a acuerdos para cambiar el tabaco (de Canarias), que tenían los nacionales, por el papel de fumar (de Alcoy), que tenían los republicanos.
En marzo del 39, cuando la guerra agonizaba, lo que quedaba de la brigada de xavieros decidió “pasarse” al lado Nacional. Fueron recluidos en el Campo de Concentración de El Toro, donde, aunque fueron despojados de sus pertenencias, recibieron muy buen trato de sus guardianes. Esta era, como ya he dicho, una guerra de hermanos, y en esas situaciones el odio de las trincheras se desvanecía, quedando sólo pequeñas pullas que, de cualquier modo, entraban dentro de lo perfectamente natural.
Mi abuelo consiguió salir al cabo de cuatro de días, gracias a un amigo que había empezado la guerra junto a él, en el bando republicano. Una vez fuera, y como reconocido “adicto al Movimiento Nacional”, mi abuelo podía avalar a quien quisiera, eso sí, respondiendo por ellos. Y vaya si lo hizo: uno a uno, fue salvando a toda su quinta, que a su vez, salvaba a sus amigos y familiares.
En un par de semanas, se quedó el Campo medio vacío.
Al final de la Guerra, en la que no había disparado ni un solo tiro, consiguió colarse en un tren que iba para Madrid, para, por fin, llegar a casa de su hermano. Ahora sí, vencido y desarmado, para él la guerra había terminado, tal y como rezaba el último parte de guerra nacional.
Esta fue la guerra de mi abuelo, la de mi familia, mi guerra. En cada casa hay una distinta, y os invito a todos a buscar la vuestra, a empaparos de vuestra historia, porque os ayudará, como la lectura de las memorias de mi abuelo me ha ayudado a mí, a conoceros y comprenderos un poco mejor.
En nuestra guerra no hubo vencedores de ningún tipo, sólo una generación de españoles obligados a odiarse, a perder los mejores años de su vida de un modo miserable, metidos en trincheras, a morir en una guerra que no comprendían. Habíamos olvidado lo mucho que nos odiábamos, y no comprendo por qué hay tanta gente que está empeñada en recordárnoslo.
2 comentarios:
Como ya te dije, es muy "Lista de Schindler", gran historia y gran persona tu abuelo.
Leyendo tus 2 posts me ha picado la curiosidad, la próxima vez que vea a mis abuelos les diré que me cuenten algo de sus vivencias.
1 abrazo enorme Javi!
Creo que es positivo que conozcamos de primera mano la Historia de boca de quienes fueron protagonistas de ella... Cuando hables con tus abuelos, tienes que contar tu historia, ¿eh?
El episodio de las salvaciones, si bien fue bastante menos épico de lo que la comparación con la Lista de Schindler pueda sugerir, es representativo del tipo de guerra que vivimos: los soldados de un bando, normalmente, no odiaban a los del otro, así que cuanto antes salieran, mejor...
Un abrazo!
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