viernes, marzo 30, 2007

Lluvia

Llovía en Valencia.

Él caminaba despacio, deteniéndose de tanto en tanto para ver caer las pequeñas gotas de lluvia en los charcos que poblaban las aceras de la avenida.

Siempre le había gustado pasear bajo la lluvia, escuchar música mientras el agua le acariciaba la cara. Sólo paseando era capaz de olvidar sus preocupaciones para así ordenar mejor sus pensamientos, para encontrarse consigo mismo.

Mientras subía el volumen de la canción -algo de Camera Obscura, o eso le parecía-, observaba divertido a la gente, como siempre había hecho. Le gustaba sentirse una pequeña isla en un agitado mar de empapados transeúntes. Una isla. No sonaba mal.

Con las manos en los bolsillos, dobló la esquina. Calculó mentalmente los días que faltaban para que su futuro se resolviera. En poco más de un mes tomaría una decisión que cambiaría su vida para siempre. Miró a su alrededor, dándose cuenta de que su tiempo allí había tocado a su fin, de que pronto empezaría una nueva etapa, desde cero, en otro lugar.

Caminaba y el olor a tierra mojada se colaba por las rejas del descampado. Ya podía ver la Universidad a lo lejos. Las clases no empezarían hasta dentro de quince minutos, así que decidió caminar tranquilo. Tenía tiempo de sobra.

Esperaba junto al semáforo, con la mirada fija en el hombrecillo rojo, cuando el reflejo de una chica en un autobús la trajo a su mente. Desde hacía unos meses ella se venía colando frecuentemente en sus pensamientos, con su recuerdo lejano de felicidad imposible. De fondo, le parecía que sonaba algo de Bloc Party.

No -pensó-. Ella no.

Notaba que poco a poco se quedaba sin aire. Aunque hacía ya bastante tiempo que había tomado la decisión de no torturarse con recuerdos adulterados, todo parecía indicar que su corazón había vuelto, una vez más, a traicionarle. Cruzó el semáforo en rojo. Apretó el paso.

La Facultad ya sólo quedaba a cuatrocientos metros. Empezó a correr. Cuando la sangre te palpita en la cabeza no puedes oír tus pensamientos.

Jadeante, cruzó la puerta para encontrarse a su compañero de prácticas que, como siempre, le esperaba sentado en las escaleras del hall mientras apuraba un café de la máquina.

Se metió en el baño para secarse la cabeza. Bajo el cálido aliento del secamanos volvía a sentirse fuerte, reconfortado, seguro. Estando ya casi seco, se miró un segundo en el espejo para darse cuenta, de repente, de que ella ya no estaba.

martes, marzo 27, 2007

Des-horientado

Llegan, como siempre, sin hacer ruido. Sólo una pequeña nota en el periódico informándonos de que “hoy a las dos, serán las tres” nos advierte de su vuelta.

Hace un par de días los terroristas horarios atacaron de nuevo. Puntuales, como los hombres grises de Momo, nos robaron una hora con la promesa de devolvérnosla con la llegada del invierno, y antes de que pudiéramos protestar, había pasado la hora más corta del año.

Es curioso esto del tiempo. ¿Cómo es posible que podamos adelantar una hora a placer? ¿Qué pasa con aquello que debía haber ocurrido a las dos y media? ¿Dónde guardan esa hora que más tarde nos devuelven? ¿Qué pasa con el trocito de vida que nos roban?

Dicen los expertos que adelantar una hora -para luego atrasarla- nos sirve cada año para ahorrar energía, para contaminar un poco menos. La realidad es que, cuando, con la excusa de ese ínfimo ahorro energético nos roban una hora, nuestro ritmo vital queda trastocado.

Cada vez que cambia la hora, paso una semana durmiendo poco y mal, comiendo peor; me cuesta pensar, estudiar, estoy cansado todo el día… así que me pregunto si de verdad merece la pena cambiar la hora, si el ahorro es tan grande como para compensar el desbarajuste que sufren nuestros cuerpos.

Mientras me adapto al nuevo horario buscaré, des-horientado, el lugar donde guardan mis horas. Pienso recuperarlas.

jueves, marzo 22, 2007

A bofetadas

A lo largo de los años, he perdido un sinfín de horas discutiendo sobre banalidades con mis amigos. Echando la vista atrás, me resulta sencillo recordar noches perdidas en enconados enfrentamientos, con temas como el horario de cierre de los Opencor, o la graduación alcohólica de los distintos vodkas de bajo coste como excusa.

Lo más frustrante del asunto es que la mayoría de esas discusiones acaban en nada, dejándome con la horrible sensación de haber perdido el tiempo en vano…

Pero eso va a cambiar con la llegada del “slap betting”.

Viendo una serie, “How I Met Your Mother”, descubrí una nueva forma de resolver esas pequeñas diferencias que suelen surgir de botellón con los amigos: la “Slap Bet”. Parte de un principio sencillo: si estás seguro de estar en posesión de la verdad, puedes permitirte el lujo de apostarte una bofetada en ello, ya que siempre será el otro el que la reciba.

Las reglas de una “Slap Bet” son las siguientes:

1. Se considera que existe una “Slap Bet” cuando dos amigos, que discuten acerca de un dato contrastable, acuerdan que aquél que al final acabe teniendo la razón tendrá derecho a abofetear al otro tan fuerte como pueda.

2. En toda “Slap Bet” se deberá nombrar un Árbitro. Cuando hubiera dudas acerca del ganador de la discusión, el Árbitro sería el encargado de decidir el ganador. El Árbitro deberá ser alguien justo e imparcial, con buen corazón pero capaz de hacer cumplir las normas con firmeza.

3. Al dar la bofetada, el Abofeteador no deberá golpear al Abofeteado en nariz o labios. En el caso de que el Abofeteado sangrase por la nariz, el Árbitro podría otorgar al sangrante Abofeteado el derecho a una satisfacción, consistente en tres bofetadas seguidas.

4. El Abofeteador deberá dar la bofetada con la mano desnuda; esto es, sin anillos, guantes, ni ornamentos en manos o dedos, a fin de preservar la integridad del Abofeteado.

5. En el momento de dar la bofetada, el Abofeteador no podrá saltar, debiendo mantener siempre un pie en el suelo a fin de preservar la integridad del Abofeteado.

6. Si uno gana el derecho a abofetear al otro mediante mentiras o engaños (el llamado “Abofeteamiento Precoz”), el Abofeteado tendrá derecho a abofetear al Abofeteador tres veces.

7. Sólo estará permitido abofetear con el dorso de la mano si esto se hace en una sucesión de bofetadas. Por ejemplo, si el Árbitro le otorga varias bofetadas seguidas al Abofeteador, éste podrá dar una con el dorso de la mano sólo si la anterior la ha dado con la palma de la mano.

8. Cuando el Abofeteado es abofeteado, él o ella debe aceptar el hecho de que sólo se trata de un juego en el que ha aceptado participar. De todos modos, si luego intentara cualquier represalia contra el Abofeteador, éste tendrá derecho a darle no menos de diez bofetadas, siendo el Árbitro el encargado de determinar el número exacto en función de las circunstancias.

9. En ciertos casos, cuando el Abofeteado haya sido castigado con tandas largas de bofetadas, el Árbitro podrá ofrecerle reducir dicha tanda a la mitad a cambio de aceptar poder recibir esas bofetadas en cualquier momento de su vida a partir de ese instante.

10. Lo más importante de todo. Pásatelo bien. Hay pocas cosas tan divertidas en este mundo como darle un guantazo a un amigo, especialmente si con ello demuestras tener la razón.

He de decir que yo aun no lo he puesto en práctica, así que no sé cómo resultará. De todos modos, os animo a que cuando en medio del botellón un amigo os intente discutir algo de lo que estáis seguros, simplemente le digáis: ¿Te hace una “Slap Bet”?

martes, marzo 13, 2007

Recuerdos

Es extraño. Estaba leyendo un viejo libro en la cama cuando me he topado con una anotación en el margen de la hoja que me ha recordado a ti… y que ya no me deja dormir.

Doy vueltas en la cama intentando pensar en otra cosa, pero no puedo. El iPod tampoco parece muy decidido a ayudarme, así que mientras suena “Everybody’s Gotta Learn Sometimes”, de Beck, me doy cuenta de que hace mucho tiempo que no tengo una relación de verdad, de que últimamente no parece haber nadie que merezca la pena… y no sé por qué.

Y me revuelco en mis recuerdos, y vienen a mi cabeza todas las cosas que no dije, todo lo que no hice y me gustaría haber hecho, y pienso en lo que hubiera podido ser si las cosas hubieran sido distintas…

Como una quinceañera en pleno pavo recuerdo todo lo bueno que tuvimos, que no era poco, y me doy cuenta de que estás en muchos de mis mejores recuerdos. Y al mirarlo desde lejos, el pequeño universo privado que una vez compartimos parece perfecto.

¿Por qué se tuvo que acabar?

Hecho un ovillo, me pregunto si ahí fuera hay alguien para mí. Si alguna vez volveré a sentirme así de bien, si volveré a conocer a alguien que me atrape, que me haga olvidarme de todo, si volveré a enamorarme otra vez…

Pero a medida que pasan los minutos, cuando Belle and Sebastian toman el relevo de Beck, me voy dando cuenta de que en realidad me estoy aferrando a un recuerdo falso, de que todo esto es una ilusión; de que nada de esto tiene sentido. Echarte de menos carece completamente de sentido.

Y me doy cuenta entonces de algo: quiero guardar un recuerdo perfecto de ti. Quiero que lo nuestro sea para siempre perfecto en mi mente, conservar este salvavidas que me rescata por noche cuando no puedo dormir, que me hace pensar que algo perfecto es posible.

Somos lo que recordamos.

sábado, marzo 10, 2007

La fuga de Nunca Jamás

Aunque llevaba un tiempo pensándolo, hoy lo he visto claro. Estoy harto de ser un niño perdido.

Empiezo a notar cómo mi vida en el país de Nunca Jamás está llegando a su fin. Dudo que vuelva a tener algo tan bueno como esto, pero es que ya se ha agotado, ya no da más de sí. Miro con envidia a los valientes que volaron de vuelta al mundo real, que eligieron crecer, que se han hecho mayores, y espero mi turno para seguir sus pasos.

Tengo veintitrés años -casi veinticuatro, como siempre apunta mi padre- y necesito hacer algo con mi vida. Ya me he cansado de tanto juego. Quiero asumir responsabilidades, crecer, afrontar nuevos retos.

¿No padeceré acaso el síndrome del Capitán Garfio?

Empiezo a preparar mi viaje, y me doy cuenta de que no puedo perder tiempo con tonterías, de que debo concentrarme en las cosas importantes, aun a costa de dejar de hacer otras más divertidas. Madurar, al fin y al cabo.

Campanilla no me coge el teléfono. No lo hace desde que hace un par de meses le confesé que la idea de marcharme rondaba por mi cabeza. Ayer no quería abrirme la puerta, así que le dejé unas flores en el alféizar de la ventana como despedida.

Aunque me entristece pensar en todo lo que dejaré atrás aquí, en el país de Nunca Jamás, estoy contento porque sé que estoy haciendo lo correcto. Porque, por fin, empezaré a hacerme mayor.

lunes, marzo 05, 2007

Ojos que no ven

A veces basta con cerrar los ojos para que desaparezcan mi cuarto, la tele y la gente. La música y los libros. A veces sólo tengo que cerrar los ojos para que desaparezcan todos mis problemas.

Llevo un par de días pensando en unos asuntos que se van a ir resolviendo durante los próximos meses y que me tienen bastante intranquilo: después de haber puesto en ellos tantas ganas, empeño e ilusión, saber que dentro de poco -para bien o para mal- todo habrá acabado no me deja dormir.

Y aunque lo único que quiero es que se acabe ya esta incertidumbre, una pequeña parte de mí desea que la espera no acabe nunca, porque de ese modo no hay posibilidad de fracasar, de decepcionar a nadie.

Tengo miedo de que las cosas no salgan bien.

Después de media hora dando vueltas en la cama, he decidido cerrar bien fuerte los ojos; hacer que todo desaparezca.

Dicen que lo que no ves no puede hacerte daño.

jueves, marzo 01, 2007

Coincidencias

¿De qué la conozco? Durante los diez minutos que llevaba en la cola detrás de ella no había podido pensar en otra cosa; diez minutos repasando toda mi vida en busca de su cara, de esos ojos glaucos que me resultaban tan familiares. Era extraño. No la recordaba, y sin embargo estaba completamente seguro de conocerla de algo… ¿pero de qué?

Nervioso, y con la agobiante sensación del que rápidamente se está quedando sin tiempo, intentaba encontrar el mejor modo de abordarla. Parece una tontería, pero es tremendamente difícil entrarle a alguien en un lugar público, de día y de sopetón, sin parecer un ligón de poca monta.

¿De dónde había salido? Iba vestida un poco hippie, pero con ropa buena; era, por tanto, una niña bien. Tal vez eso sirviera. Me puse a buscarla en todos los sitios de marcha que antes frecuentaba, pero nada, ¡su cara no aparecía por ningún lado!

Justo cuando iba a tocarle el hombro para llamar su atención, ella se apartó de la cola y se dirigió a la salida… ¡tenía que hacer algo! ¿por qué había perdido tanto tiempo pensando? ¡ya nunca sabría quién era!

Y entonces pasó algo. De repente se giró, se me quedó mirando un par de segundos y me espetó: “oye, tú y yo nos conocemos… ¿pero de dónde?”

¡Nos conocíamos!

Después de quince minutos de miradas incrédulas y absurda conversación, la chica misteriosa y yo nos despedimos sin haber conseguido descubrir más que nos conocíamos desde hace muchos años. Dos besos y un “hasta pronto” certificaron nuestro reencuentro. Pero la duda seguía ahí, en el espacio que antes ocupaba ella, mirándome burlona.

Ya solo en la cola, no podía quitármela de la cabeza. Aproveché el poco saldo que me quedaba en el móvil para hacer unas llamadas, buscar pistas, un lugar del que Marina, la misteriosa chica de la cola, pudiera proceder. Pero nada de eso sirvió. Nadie la conocía, y nadie me la había presentado; ¿de dónde había salido, pues?

Llegó mi turno y olvidé el tema, hasta que hace un rato me he acordado de ella. No paro de pensar que tal vez debiera haberle pedido el número de teléfono, o darle el mío, para así poder charlar tranquilamente hasta acabar con la duda.

Supongo que ahora tendré que esperar hasta que, accidentalmente, volvamos a encontrarnos. Tal vez entonces descubramos de qué nos conocemos.

Nunca dejarán de sorprenderme las coincidencias.

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