Estoy muy indignado. No cabe otra palabra. Una cosa es que respetemos lo que cada uno hace en su casa, y otra que tengamos que tolerar lo que no se puede calificar sino de ataques sexuales. Porque si yo hubiera actuado del mismo modo con una chica, no me cabe ninguna duda de que ahora mismo estaría en una comisaría.
Describiré la situación: hace una semana quedé con unos amigos para ir a escuchar un concierto de jazz en el Black Note. El concierto prometía: Ximo Tébar y su banda, y el ambiente estaba bastante guay. Nos apostamos a un lado del escenario, gin-tonics en ristre y esperamos a que empezara el concierto. Hasta aquí, sin problemas.
Al cabo de media hora, como seguía calado por la lluvia que nos había pillado de camino, decidí ir al baño a intentar secarme un poco. Y allí comenzó mi calvario. Cuando llevaba un par de minutos dentro, entró un chaval que tendría más o menos mi edad, melenita, camiseta y vaqueros. Tras intercambiar los clásicos comentarios de cuarto de baño (
“el concierto está guay”, “la verdad es que el batería toca genial”), me dirigí hacia la salida… y de repente noté algo. Sorprendido constaté que el otro chico no sólo me había tocado el culo, sino que me lo había pellizcado. Le miré, lo aparté y salí avergonzado del baño.
No paraba de repetirme que había malinterpretado al chaval. Sí, había sido eso, sin duda, así que no tenía por qué comerme la cabeza…
Y aunque no entraba en mis planes iniciales, las cervezas que nos habíamos bebido antes empezaban a hacer su efecto; así que, muy a mi pesar, me levanté para ir al baño. El destino, tan caprichoso, quiso que al poco de entrar yo, lo hiciese también el chaval de antes. Pero no pasaba nada, sólo era una coincidencia.
Y en efecto, al principio no pasó nada.
“Eres un paranoico, Javi”, pensaba. Pero cuando me estaba lavando las manos, intentó entablar conversación conmigo: que si el pianista no estaba a la altura, o la chica que cantaba sonaba “muy negra”, y cosas por el estilo. Pero, harto de tentar a la suerte, yo sólo quería irme de allí, así que repuse educadamente que tenía que volver; me dí media vuelta y… ¡otra vez! ¡ese tío había vuelto a tocarme el culo! Ya no había duda: ¡ese tío acababa de tocarme el culo! ¡Tenía que hacer algo! Así que me giré, le empujé y le dije:
"¿de qué vas?" Él me miró asustado y empezó a disculparse, para, de repente… ¡tocarme la entrepierna! ¡eso sí que era un ataque sexual en toda regla! Le empujé de nuevo (le metí en el urinario) y salí de allí. No quería líos.
Aunque creo que hice lo correcto, no paro de pensar en que tal vez hubiera debido hacer algo más, “defenderme”. Me obsesiona la impunidad con la que actuó ese tío, el que no hubiera nada que yo pudiese hacer sin montar un escándalo ridículo, lo que me hace volver al tema de un viejo artículo, “
Por una tolerancia inteligente”, pero… ¿qué hubierais hecho vosotros en mi situación?