martes, agosto 21, 2007

La vajilla buena

En mi casa, cuando se trata de bajar al trastero, siempre soy yo el elegido. A veces pienso que la puerta tiene truco y soy el único que lo conoce, porque otra razón no se me ocurre. Pero ese no es el tema.

Hace un par de meses, mientras hacía hueco a unas nuevas maletas, topé con unas cajas en las que nunca había reparado. Al volver a casa, la respuesta de mi madre me sorprendió un poco: “debe de ser la vajilla buena”.

Más tarde, cuando le pregunté por ella, mi madre me explicó que compró al casarse la vajilla buena, esperando estrenarla en la primera ocasión especial que se le presentara.

Pasaron los meses, y la vajilla seguía en su caja, hasta que acabó cayendo en el olvido. Al cabo de unos años, guardada en el trastero, todos se olvidaron de ella. Mis padres compraron otra vajilla y olvidaron haber tenido nunca la anterior.

Hasta que yo tropecé con ella.

El caso es que todo esto de la vajilla me hizo pensar. Por miedo a estropearla, mi madre nunca llegó a disfrutar de aquella vajilla que en su momento le hizo tanta ilusión y ahora, veintiséis años después, ninguna de sus piezas había salido nunca de su embalaje.

A las personas nos pasa a veces lo mismo.

No puedo evitar pensar en aquella vajilla como aquellas cosas que conseguimos pero que no somos capaces de disfrutar por miedo a estropearlo; en los miedos que nos acompañan antes de dar un gran paso.

Y aunque es perfectamente normal sentir miedo ante el cambio, no debemos amilanarnos ante los obstáculos, sino que debemos seguir adelante.

Porque nunca podríamos perdonarnos olvidar algo que podría cambiar nuestras vidas durante veintiséis años en el fondo del trastero.

Al fin y al cabo, de lo único que debemos arrepentirnos es de las cosas que no hemos atrevido a hacer.

miércoles, agosto 01, 2007

La isla

Dicen que todo lo que consigues en esta época de tu vida es para ti mismo. Que al final serás tú y sólo tú el que recoja los frutos del esfuerzo, de cada pequeño sacrificio que hagas. Que todo lo que haces, lo haces para ti.

Y no es verdad.

Hace algún tiempo que leí una frase que ha vuelto a mi mente estos días: ningún hombre es una isla.

Y recordando, me he dado cuenta de que siempre tengo gente a mi lado, que sufre y se alegra conmigo, que nunca me abandona. Gente que me da fuerzas para seguir cuando voy a bajar los brazos; gente que da sentido a cada uno de mis pequeños triunfos, gente que me empuja a ser mejor, a esforzarme más, a conseguir todo lo que me propongo.

Porque sin ellos puede que no hubiera conseguido nada.

Y aunque a veces me abruma la responsabilidad de sentirme depositario de los anhelos e ilusiones de aquellos que me rodean, en cierto modo resulta reconfortante sentir que lo que hago significa algo para los demás.

Porque, afortunadamente, ningún hombre es una isla.

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.