martes, octubre 31, 2006

Familia

Esta tarde he pasado un rato en casa de mi abuela, revolviendo entre viejos álbumes, escuchando historias de gente que hace tiempo que murió. Tomando conciencia de quién soy, de dónde vengo, de mi familia.

Como algunos sabréis, tengo la suerte de pertenecer a una familia grande, de esas que se pueden agrupar al grito de ¡treinta y tres! en el recuento cruceril. Y aunque cada uno de nosotros es distinto a los demás, todos formamos parte del mismo puzzle, compartimos el mismo legado, la misma identidad. Somos una familia.

Pasando las páginas, no he podido evitar estremecerme al ver las fotos de mis bisabuelos, de tíos y primos lejanos, gente que nunca conoceré y que sin embargo siento cerca. ¿No resulta curioso? ¿Qué es aquello que les ha trascendido, que hace que les sienta míos a pesar de la distancia de los años? La respuesta parece simple; todos pertenecemos a la misma familia, donde todos cobramos nuestro significado. Como fibras de un mismo tapiz, somos uno y somos muchos.

Os invito a pensar un poco en vuestras familias; investigad un poco, zambullíos en vuestra historia, descubrid quiénes sois. Porque muchas veces la respuesta no consiste en saber hacia dónde vamos, sino de dónde venimos.

miércoles, octubre 25, 2006

El Dilema del Erizo

“Un erizo quería estar más cerca de sus amigos, quería que se preocuparan por él y que lo comprendieran, pero cuanto más se acercaba a los demás, más los lastimaba.”

El dilema del erizo establece, por tanto, que cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se hagan daño el uno al otro; en cambio, si se mantienen alejados, tendrán que soportar la soledad.

El concepto, que conocí a través de una serie de anime (Neon Genesis Evangelion), siempre me ha inquietado. La fábula, obra de Shopenhauer, es una metáfora de cómo la gente se lastima y es lastimada por su propia imperfección e incomprensión; nuestra naturaleza, como en el caso del erizo.

Podemos imaginar a unos erizos que, en busca de calor y compañía sufren, igual que nosotros, un encuentro traumático donde al acercarse a alguien, incluso con buenas intenciones, pueden herir y resultar heridos. La mala noticia para los pobres erizos es que el mundo es hoy como un rosal inmenso: no sólo podemos salir heridos de nuestros encuentros con las personas, sino es también la propia vida la que puede herirnos a nosotros.

Sigmund Freud usó el dilema del erizo en psicología para explicar el por qué del aislamiento. Como los erizos, ante la adversidad, podemos optar por alejarnos de todo y todos, establecer una distancia de seguridad que nos mantenga alejados de los demás, que nos proteja.

Hay gente que, sin llegar a rechazar a las personas, sí rechaza aquellas relaciones serias donde pueda llegar a exponerse. No estoy hablando por tanto de personajes inadaptados, ermitaños, solitarios; sino de gente que no se enfrenta a aquello que le pueda llegar a herir, gente que niega la realidad que le hace daño. Gente que ni da ni recibe, que exige apoyo y lealtad incondicionales; si alguien les hiere, entonces es que les ha traicionado.

Muchos, para evitar ese dolor, además, optan por convertirse en armadillos: endurecen su piel, perdiendo paulatinamente la posibilidad de sentir el calor de los demás y de compartir el suyo propio a cambio de protegerse de las espinas de aquellos a su alrededor. Son gente que confunde la dureza con la fortaleza, que cree que su armadura les hace fuertes, invulnerables, cuando en realidad les convierte en unos inválidos sentimentales. La fortaleza es afrontar los problemas, no resignarse en la aceptación de los mismos.

A lo largo de mi vida he herido y me han herido mucho y, aunque he estado tentado de ello, eso no me ha hecho aislarme. Siempre he creído en los demás; tengo mucho dentro que dar, y me queda demasiado por aprender. El aislamiento, por ser una solución fácil, sólo embrutece al que la elige, y no te da casi nada a cambio.

La vida entraña cierto riesgo, es cierto, pero debemos aprender a valorar tanto las cosas buenas como las malas que nos encontramos en ella. Debemos levantarnos después de cada golpe, no dejar de dar y recibir. Debemos abrir nuestro corazón, aunque a veces hiramos, aunque a veces nos hieran, porque si no lo hacemos, nuestro paso por este mundo habrá sido irrelevante. Y eso no es una opción.

Por cierto, en realidad los erizos no tienen ningún problema en estar cerca de los demás. Cuando están relajados, sus espinas caen hacia abajo, sin riesgo de herir a nadie. Cuando viven en grupos, a menudo duermen todos juntos...

domingo, octubre 22, 2006

La Hora del Lobo

"La hora del Lobo es el momento entre la noche y la aurora, cuando la mayoría de la gente muere y cuando más gente nace; cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos..."

Siempre me he preguntado por qué a veces me levanto por las noches inquieto sin poder volver a dormirme, con mil pensamientos aullando en mi cabeza, con ganas de sacarlo todo fuera. Ahora lo sé. Es la hora del lobo.

Anoche, curioseando entre blogs desconocidos, leí una reseña de una película de Ingmar Bergman: "La hora del lobo". En dicha película, un matrimonio, compuesto por Johan y Alma Borg, se muda a una isla prácticamente desierta donde Johan, un artista atormentado que se siente acechado por demonios, cada noche, al llegar la hora del lobo le cuenta a Alma sus memorias más dolorosas.

Investigando un poco, descubrí que mucha gente sufre el llamado “síndrome de la Hora del Lobo”; es decir, se despiertan en medio de la noche y pasan una hora en blanco, con mil ideas en sus cabezas. Puede que sea porque a esas horas la barrera entre lo consciente y lo inconsciente se vuelve más fina que nunca, dándole una vía de escape a nuestros pensamientos más ocultos, a cosas que creíamos haber olvidado… permitiéndonos observarnos como de otra forma no podríamos.

Si alguna vez os despertáis a la hora del lobo, no intentéis volver a dormir. Dejad que el lobo haga su trabajo… no os arrepentiréis.

sábado, octubre 21, 2006

Voyeur

Llego a casa y lo primero que hago es encender el ordenador para comprobar los blogs amigos. Puede parecer una tontería, pero la lectura de los blogs me resulta especial. No sé cómo explicarlo, pero a uno le da la impresión de asomarse a la vida de completos extraños, de gente que de cuya existencia nunca hubiera sabido nada de no ser por su pequeña aportación al caos de Internet, su blog.

En una sociedad donde cada vez comunicamos menos, el blog resulta un medio idóneo para dar salida a sentimientos, experiencias e inquietudes. Tal vez sea porque en la soledad del teclado uno puede dar rienda suelta a sus pensamientos, sin temer al tedio; porque la pantalla no juzga, sino escucha. Porque cada vez más padecemos el síndrome del náufrago, que necesita saber que no será olvidado, que su existencia no resultará irrelevante, que alguien abrirá la botella que lanzó al mar, que quedarán huellas de su paso por este mundo.

En esta noche de huevos que caen del cielo, os propongo un experimento: haced clic en el botón “Next Blog” de la barra superior, a ver dónde os lleva. Puede que descubráis que, en el fondo, no estamos tan solos.

jueves, octubre 19, 2006

Pequeños Placeres

Hablando con un amigo, me comentaba que su momento favorito del día era cuando llegaba a casa y se ponía las pantuflas. Decía que no necesitaba nada más para ser feliz; simplemente un par de zapatillas calentitas después de un día fuera de casa.

Eso me hizo pensar en los pequeños placeres de cada día. En todas esas pequeñas cosas que muchas veces no apreciamos, perdidos en nuestros grandes proyectos y expectativas. Pues bien, desde aquí quiero reivindicar el valor de esos pequeños placeres, como dormir una siesta de dos horas, o beber leche del cartón, o pegarse una ducha caliente al llegar a casa en un día lluvioso.

Os invito a que compartáis vuestros pequeños placeres. Porque sin ellos, la vida sería mucho más anodina.

martes, octubre 17, 2006

Fotocopias

Es algo que vengo observando desde hace algún tiempo. Basta con pasarse al centro de cualquier ciudad para darse cuenta de que, cada vez más, vamos conjuntados, vestidos iguales como hermanos preescolares. De que todos somos fotocopias.

Hace unos veinte años, la gente joven se enmarcada en alguna de las llamadas “tribus urbanas”: punkies, skins, siniestros, pijos, progres… cada uno tenía su espacio y su modo de vestir, y el mero hecho de salir a la calle se convertía en una verdadera declaración de intenciones.

En esa época no había Zara, y cada uno tenía que buscarse la vida para encontrar ropa, ir a mercadillos, tiendecillas ocultas de las que te habían hablado. Sin embargo, los tiempos cambian, y el vestir, como casi todo, se ha vuelto mucho más cómodo. Ya no se rebusca en mercadillos, sino que, como borregos, acudimos a la llamada del grupo Inditex.

Sólo hay darse una vuelta por el centro: mientras que la mayoría de las tiendas están completamente vacías, en el Pull&Bear o el Zara de turno casi siempre hay colas. ¿La razón? Muy simple: venden ropa barata, que aguanta como mucho una temporada y que además es lo que se lleva en ese momento. ¿Quién se puede resistir? Nadie.

Es ahí donde radica el problema: se han eliminado las diferencias, las tribus, la imaginación. Todos acabamos en Zara, probándonos pantalones, camisetas sin personalidad, engrosando las filas del ejército anónimo que, uniformado, toma las calles cada día.

Por este motivo decidí hace algún tiempo que debía restringir mis compras en Zara, que debía buscar otros lugares donde renovar mis camisetas, que iba a empezar a customizar mi mochila, que era hora de diferenciarme. Y la verdad es que está funcionando bien: hace ya mucho tiempo que no coincido con alguien, y eso es, en los tiempos que corren, una hazaña.

Una última reflexión: ¿no os parece curioso que la fiebre del tuning haya surgido precisamente en este momento?

jueves, octubre 12, 2006

Un abrazo

Aquellos que me conocéis mejor sabéis que soy una persona bastante cariñosa. En general, siempre he preferido un buen abrazo a un apretón de manos, porque éste resulta mucho más reconfortante; además, aquellos que se han acostumbrado a mi saludo, al verme abren los brazos, esperando su diaria dosis abracil.

A través de una amiga, me ha llegado un vídeo en el cual un hombre camina por la calle enarbolando un cartel en el que puede leerse: “FREE HUGS”, dedicándose a dar abrazos a todo aquél que se lo pide.

El vídeo, que ha conseguido arrancarme más de una sonrisa, me ha hecho pensar en lo necesitada que está la gente de un poco de cariño. A medida que crecen las ciudades, éstas se vuelven más impersonales y acabamos por cerrarnos en nosotros mismos: un mendigo, una anciana cruzando peligrosamente la calle, acaban por volverse parte del paisaje urbano. De hecho, si nos acercásemos a la anciana para ayudarle a cruzar, nos miraría recelosa y rechazaría nuestra ayuda temiendo ser víctima de un atraco. Y eso me resulta muy triste.

Volviendo a casa, hoy me he cruzado a una chica con los ojos llorosos. Por algún motivo la he seguido con la mirada un rato, dudando en acercarme a consolarla, o no. Parecía necesitar que alguien se interesara por ella, una sonrisa, una palabra amable, nada más. Sin embargo, me he decantado por la opción lógica: he mirado al frente y la he dejado pasar. Si me hubiese acercado a ella, lo más probable es que se hubiese asustado, sintiéndose amenazada; con todo, una parte de mí me dice que no debería haberle negado ese abrazo.

Como ir abrazando a la gente por la calle puede acabar trayéndonos problemas, os invito a hacer algo más fácil: abrazad a vuestros amigos. Abrazadles sin motivo aparente, simplemente porque les queréis. Ya veréis como, igual que pasa con las patatas fritas, una vez que empiezas, ya no puedes parar.

Porque aunque os parezca un poco tonto, si todos empezamos a abrazar a nuestros amigos, y nuestros amigos hacen lo mismo con sus amigos, tal vez un día ya no haya chicas llorando por la calle.

Un abrazo a todos. Feliz puente.

miércoles, octubre 11, 2006

Vivir para siempre

Lo siento. Sé que prometí escribir sobre cosas más mundanas, pero la idea de la Vida Eterna me mantiene despierto, dando vueltas, intranquilo. Me ha sacado de la cama con ganas de escribir un poco.

Hace unos años, pensando en la muerte de mi abuelo Gregorio empecé a madurar la idea de Vida Eterna que hasta ahora me ha resultado más convincente. La idea de un Cielo infinito, donde revolotear (¿acaso los ángeles no andan?) durante toda la Eternidad no me acababa de tranquilizar. Llamadme escéptico, pero no lo acababa de ver.

Cuando llegamos al mundo, lo hacemos solos. Excepto nuestra familia, nadie cuenta para nosotros, y nosotros no contamos para nadie. Estamos prácticamente solos.

Sin embargo, eso cambia a medida que crecemos: nuestra vida se convierte en una pasarela por donde desfilan compañeros de guardería, de pupitre, de equipo; seños, profesores… amigos. Poco a poco, nuestro mundo se ensancha, y dejamos de estar solos.

Mucha de esa gente está simplemente de paso. Llegan, hacen lo que tienen que hacer y se van, cayendo en el olvido al cabo de poco tiempo. Sin embargo, a veces llega alguien que consigue marcarnos, que nos cambia para siempre, que se queda en nuestra vida. Así, muesca a muesca, todos cambiamos, crecemos.

Dicen que somos la suma de nuestras experiencias. Yo puntualizo: somos la suma de nuestras experiencias y de la gente que pasa por nuestra vida. Porque siempre habrá una parte de ellos que vivirá para siempre con nosotros, y una parte de nosotros que vivirá para siempre con ellos.

Partiendo de esa premisa, creo que mi abuelo seguirá vivo mientras mantengamos vivo su recuerdo su recuerdo. Mientras le echemos de menos. Eso es, al menos para mí, la Vida Eterna: ser recordado por aquellos a los que quisiste. Porque yo no necesito una Eternidad; me basta con haber dejado un buen recuerdo en la gente con la que traté. Y no es poco.

Un beso, abuelo. Te echo de menos.

domingo, octubre 08, 2006

El hombre que quiero ser

Espero no estar volviéndome demasiado profundo últimamente. Aquellos que me conocéis mejor sabéis que hay temporadas en que de repente me da por plantearme las cosas, por comerme la cabeza. Supongo que sólo quiero hacer las cosas como Dios manda.

Desde que anoche vi “El hombre del tiempo”, he estado pensando en que será durante estos años cuando me convertiré en el hombre que seré el resto de mi vida. Y eso supone, al menos para mí, una gran responsabilidad. Puede que por eso me esté planteando tantas cosas últimamente, puede que por eso duerma menos, preocupado, pensando en mi vida, en las cosas que debo hacer mejor. Tengo que mejorar. Mucho. Pero estoy dispuesto a sacrificarme, y supongo que eso es un buen primer paso.

Cito a Dave Spritz, protagonista de la película: “I remember once imagining what my life would be like, what I'd be like. I pictured having all these qualities, strong positive qualities that people could pick up on from across the room. But as time passed, few ever became any qualities that I actually had. And all the possibilities I faced and the sorts of people I could be, all of them got reduced every year to fewer and fewer. Until finally they got reduced to one, to who I am. And that's who I am, the weather man.”

Esta semana de insomnio he visto a la persona que quiero ser. Y estoy decidido a llegar hasta allí, cueste lo que cueste. No me perdonaría llegar al final del camino, mirarme al espejo y ver a un completo desconocido.

viernes, octubre 06, 2006

Un simple beso

Echo de menos estar enamorado, echo de menos un beso sincero, que te corta el aliento, que te hace cerrar los ojos y perder la noción del tiempo, que te hace sentir que hay algo en el mundo que es sólo para ti; que te hace gritar de alegría, sentirte vivo.

Después de tantos años de idas y venidas sentimentales, alegrías, errores, arrepentimientos y momentos irrepetibles, me he topado con un texto que describe lo que para mí supone estar enamorado:

“Quiero estar más con ella, quiero estar con ella todo el tiempo, quiero contarle cosas que ni siquiera te contaría a ti o a mi madre. Y no quiero que ella tenga otro novio. Supongo que si tuviese todas esas cosas, realmente no me importaría tocarla o no”.

Es curioso, pero al final, mirando hacia atrás, uno se acaba dando cuenta de que lo mejor de todo eran los besos. No los desaprovechéis.

martes, octubre 03, 2006

De Satélites, Japos y Camisetas

Después de la intensa jornada de ayer en el IAC, todo apuntaba a que hoy todo el mundo estaría más relajado. Y así ha sido.

Después de llegar perdiendo el culo a la Ciudad de las Artes y las Ciencias (mi coche lleva dos días en el taller para que le cambien un simple manguito y me toca coger dos autobuses para llegar), he entrado en la sala que me ha sido asignada casi cuando empezaban las conferencias. La asistencia, bastante alta, me ha hecho prever una mañana interesante, y la verdad es que el tema de hoy (“Earth Observation Tech”) daba bastante de sí. Como prometí ayer, no os aburriré con detalles técnicos, así que sólo diré que aunque el nivel de las conferencias es muy alto, he conseguido enterarme de casi todo. ¡Tal vez las cosas que nos enseñan en Teleco al final sirvan para algo!

Y aunque dicen que el saber no ocupa lugar, a mí me había abierto el apetito, aunque no era el único. Me he encontrado a casi todos los voluntarios en la sala de arriba, esperando a recoger el ticket. Después de la experiencia en el Subway (realmente los mejores bocadillos de comida rápida que me he tomado nunca), hoy tocaba el Pans, donde no han estado demasiado espléndidos, así que ya veremos dónde nos mandan mañana…

Después de comer, antes de pasarme por Teleco, he conocido a unos estudiantes japoneses, Takashi y Nagashi. Por lo visto, están especializados en la construcción de “Water Rockets” o, lo que es lo mismo, en propulsar pequeños cohetes con gaseosa y un hinchador. Según dicen, son capaces de alcanzar alturas de 20 metros, así su demostración, que será el jueves a eso de las 3, promete. Por cierto, me han pedido que les haga de intérprete, así que si os pasáis a verlo, es probable que me veáis.

Acabaré diciendo que, por mucho que me lo prometiera el Jefe de Prensa, la camiseta que me identifica como voluntario, talla S, no ha cedido. Afortunadamente (para mí y para todos los que me tienen que ver embutido en ella), he encontrado una voluntaria con una M que le viene enorme. Mañana haremos el cambio y por fin volveré a ser persona.

Nice to meet you

Como algunos ya sabréis, hace un par de semanas me presenté voluntario para ayudar en el IAC 2006, que se celebra en la Ciudad de las Artes y las Ciencias durante toda esta semana. Como no es mi intención aburriros con detalles sobre conferencias, briefings técnicos y demás, haré hincapié en mis impresiones tras la primera jornada de este 57 Congreso Internacional de Astronáutica.

En primer lugar, quisiera destacar la calidad humana de todos los participantes: hoy he tenido la oportunidad de tratar con la plana mayor de la industria aerospacial con una normalidad increíble. Sin duda, lo que más me ha sorprendido es el enorme interés que se pone en los estudiantes. Es habitual entablar conversación con los congresistas, que se muestran realmente interesados en nuestros estudios: qué hacemos, qué queremos… Y eso es algo que, fuera de este foro, sería completamente impensable.

Y es que este Congreso tiene algo: es muy sencillo hablar con todo el mundo, todo son sonrisas y la gente está deseosa de pasárselo bien. Así da gusto.

El botín de la zona de expositores ha sido bastante variado: un par de pines japos, un póster muy chulo de la ESA, pegatinas de la CSA y un pack con un llavero y un boli coreanos. Como he ido por la tarde, algunas cosas se habían acabado, así que mañana intentaré pasarme temprano, a ver qué pillo.

Hoy acabaré destacando la importancia del inglés en este tipo de reuniones: desde que se entra al recinto, hasta que se sale, sólo se habla en la lengua de Shakespeare. Y para los más pesimistas, un aviso: aunque el español medio tiene un pésimo dominio del inglés, franceses, italianos, chinos y japoneses son aún peores. Y eso ya es decir.

Por cierto, ¿sabíais que la Estación Espacial Internacional pesa 186,000 Kg? ¡De bolsillo, vamos!

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