martes, agosto 21, 2007

La vajilla buena

En mi casa, cuando se trata de bajar al trastero, siempre soy yo el elegido. A veces pienso que la puerta tiene truco y soy el único que lo conoce, porque otra razón no se me ocurre. Pero ese no es el tema.

Hace un par de meses, mientras hacía hueco a unas nuevas maletas, topé con unas cajas en las que nunca había reparado. Al volver a casa, la respuesta de mi madre me sorprendió un poco: “debe de ser la vajilla buena”.

Más tarde, cuando le pregunté por ella, mi madre me explicó que compró al casarse la vajilla buena, esperando estrenarla en la primera ocasión especial que se le presentara.

Pasaron los meses, y la vajilla seguía en su caja, hasta que acabó cayendo en el olvido. Al cabo de unos años, guardada en el trastero, todos se olvidaron de ella. Mis padres compraron otra vajilla y olvidaron haber tenido nunca la anterior.

Hasta que yo tropecé con ella.

El caso es que todo esto de la vajilla me hizo pensar. Por miedo a estropearla, mi madre nunca llegó a disfrutar de aquella vajilla que en su momento le hizo tanta ilusión y ahora, veintiséis años después, ninguna de sus piezas había salido nunca de su embalaje.

A las personas nos pasa a veces lo mismo.

No puedo evitar pensar en aquella vajilla como aquellas cosas que conseguimos pero que no somos capaces de disfrutar por miedo a estropearlo; en los miedos que nos acompañan antes de dar un gran paso.

Y aunque es perfectamente normal sentir miedo ante el cambio, no debemos amilanarnos ante los obstáculos, sino que debemos seguir adelante.

Porque nunca podríamos perdonarnos olvidar algo que podría cambiar nuestras vidas durante veintiséis años en el fondo del trastero.

Al fin y al cabo, de lo único que debemos arrepentirnos es de las cosas que no hemos atrevido a hacer.

miércoles, agosto 01, 2007

La isla

Dicen que todo lo que consigues en esta época de tu vida es para ti mismo. Que al final serás tú y sólo tú el que recoja los frutos del esfuerzo, de cada pequeño sacrificio que hagas. Que todo lo que haces, lo haces para ti.

Y no es verdad.

Hace algún tiempo que leí una frase que ha vuelto a mi mente estos días: ningún hombre es una isla.

Y recordando, me he dado cuenta de que siempre tengo gente a mi lado, que sufre y se alegra conmigo, que nunca me abandona. Gente que me da fuerzas para seguir cuando voy a bajar los brazos; gente que da sentido a cada uno de mis pequeños triunfos, gente que me empuja a ser mejor, a esforzarme más, a conseguir todo lo que me propongo.

Porque sin ellos puede que no hubiera conseguido nada.

Y aunque a veces me abruma la responsabilidad de sentirme depositario de los anhelos e ilusiones de aquellos que me rodean, en cierto modo resulta reconfortante sentir que lo que hago significa algo para los demás.

Porque, afortunadamente, ningún hombre es una isla.

miércoles, julio 11, 2007

Motivación

Hoy el iPod parece decidido a no dejarme dormir.

Mientras intentaba conciliar el sueño, cascos en ristre tal y como dicta mi costumbre, he empezado a repasar mi periplo universitario, que con el curso que ahora acaba, durará ya seis años.

Pasan por mi cabeza entremezclados los momentos felices y los tristes, las cosas aprendidas, la gente conocida. Los errores, las grandes decepciones y también las pequeñas satisfacciones del día a día.

Y mientras el iPod me sigue escupiendo canciones a quemarropa, empiezo a sentir la urgente necesidad de poner fin a todo esto, de seguir adelante y acabar con lo que he empezado.

Sumido en mis pensamientos, miro la hora para ver que ya son las cuatro; en los cascos, un poco de calma: el iPod parece querer darme una pequeña tregua y no voy a desaprovecharla.

Y mientras cierro los ojos me conforto pensando que mañana será un nuevo día, y que entonces quedará un día menos.

Por cierto, os prometo escribir pronto sobre otra cosa. Supongo que en este momento de mi vida no pienso en nada más.

Gracias por estar ahí.

martes, julio 03, 2007

Emoción, intriga...

Recuerdo que, de pequeño, las grandes revelaciones venían precedidas de la fórmula “emoción, intriga y dolor de barriga”. Y, por extraño que parezca, puede que sea el mejor modo de describir mi ansiedad frente al examen de mañana –que ya es el último-.

En los últimos veinte días me he ido obsesionando poco a poco con esta asignatura, con este examen, con la idea de tener que hacerlo bien; ahora, completamente preparado para enfrentarme a él, aparece la ansiedad del que sabe que no debe fallar.

Siempre he pensado que los exámenes son absurdos. Que haciendo proyectos o trabajos se medirían los conocimientos del alumnado de un modo mucho más justo. Que a veces, independientemente del esfuerzo y empeño puestos en el estudio, quedamos a merced de la suerte, de una “idea feliz” que nos rescate en mitad de un problema.

Pero las cosas son como son.

Vuelvo al estudio, a rebañarle las últimas horas a este día que me queda. Porque, como dice mi padre, “cuanto más estudias, más suerte tienes”.

miércoles, junio 27, 2007

Escuchando a Bond

Anoche, cuando buscaba un analgésico musical para mis pensamientos, topé con un viejo disco que no escuchaba desde hace algunos años: la recopilación de las bandas sonoras de las películas de James Bond.

Después de unas cuantas escuchas, os ofrezco, junto la promesa de volver a escribir pronto (exámenes mediante), las que para mi son las mejores canciones de James Bond de todos los tiempos.

1

James Bond Theme – Monty Norman Orchestra

2

Golden Eye – Tina Turner

3

A View to a Kill – Duran Duran

4

Goldfinger – Shirley Bassey

5

You Know my Name – Chris Cornell

6

The Man with the Golden Gun – Lulu

7

Diamonds Are Forever – Shirley Bassey

8

You Only Live Twice – Nancy Sinatra

9

Tomorrow Never Dies – Sheryl Crow

10

Live and Let Die - Wings

Y vosotros, ¿qué pensáis? ¿Cuál es vuestra canción Bond favorita?

viernes, junio 22, 2007

Las Horas

Veo pasar las horas tirado en mi cama sin poder dormir, mis ojos clavados como puñales en mi corazón.

Miro dentro de mi para descubrir un enorme vacío. Es curioso: luchas por algo con todas tus fuerzas, te obsesionas con ello, y cuando lo consigues, no te queda nada.

Pasa otro minuto y en mi cabeza siguen sonando las canciones de aquellos que han sufrido mucho más que yo.

Y, de repente, lo comprendo.

Me doy cuenta de que sólo soy un bulto en mi cama que suda y que respira; un bulto que se mueve al ritmo de una obsesión.

Cierro entonces los ojos, y dejo pasar el tiempo.

Porque, a veces, el tiempo simplemente pasa.

Y yo sólo quiero hacerme mayor.

miércoles, junio 13, 2007

Un día menos

Junio es uno de esos meses en los que me gustaría desaparecer. Cerrar los ojos y despertar en Julio, listo para el verano. Porque durante este mes, además de al insomnio y al estrés de los exámenes, debemos enfrentarnos con nosotros mismos.

Porque las cosas que ocurren de noche no son de verdad.

Diría que es a partir de las tres de la mañana cuando las cosas empiezan a perder el sentido. Porque cuando todos duermen, el mundo cambia de manos. El mundo es de los insomnes.

Miro por la ventana y reconozco las luces de aquellos que, como yo, se quedarán despiertos toda la noche. Hace años que nos conocemos. Somos el ejército de insomnes que reina en este silencioso mundo que nos ha caído en gracia.

Alzaos, insomnes. La ciudad es nuestra.

Dan las cuatro y decido robarle una hora más al sueño para hacer un par de problemas. En los cascos, algo viejo que me recuerda a alguien. Y entre ecuación y ecuación se cuela un torrente de recuerdos, de viejos anhelos, de sentimientos que creía desterrados hace tiempo. Porque cuando todos duermen, puedes oírte pensar.

El mejor momento de la noche llega cuando, casi al alba, caigo derrotado en la cama y pienso que ya queda un día menos para acabar. Un día menos.

Mucho ánimo a todos.

jueves, junio 07, 2007

Tan joven y tan viejo

Aunque mi madre nunca me felicita hasta que las diez de la noche, que fue cuando nací, a las doce en punto ya había empezado el baile de sms. Montones de “Felicidades capullín”, “Es bueno tener un amigo como tú”, o “Dentro de nada se te empieza a ver el cartón” empiezan a acumularse en mi bandeja de entrada, en algo que resulta ya tan natural que se me hace difícil recordar cómo funcionaba esto de las felicitaciones de cumpleaños antes de que tuviéramos móviles.

Las primeras horas del día se convierten, por tanto, en una pequeña competición: la primera felicitación, el primer insulto cariñoso… y cada una, con su estilo particular, nos arranca una sonrisa de satisfacción.

A veces, una simple felicitación es mejor que cualquier regalo.

Y sin que nos demos cuenta, una tarta, varios regalos y muchas felicitaciones más tarde, cuando encontramos un poco de tranquilidad, llega el momento de hacer balance del año; de decidir qué es lo que esperamos del nuevo año. De marcar objetivos y corregir errores. De analizar nuestras vidas.

Me invade cada vez más a menudo, a mis veinticuatro años recién cumplidos, la sensación de haber gastado la tercera parte de mi vida formándome para algo que todavía desconozco, el ansia por convertirme en un adulto.

Me siento tan joven y tan viejo, como canta Sabina, hastiado ya de que cada año sea más de lo mismo. Quiero, necesito, como reza la publicidad de Ikea, redecorar mi vida.

Al cabo de un rato, me doy cuenta de que todo resulta demasiado metafísico para una mañana de exámenes, que ha llegado el momento de seguir haciendo problemas.

Porque, después de todo, puede que no falte tanto para hacerse mayor.

sábado, junio 02, 2007

Operación Bikini

Como una verdad incómoda que queríamos evitar, el verano ha vuelto. Dentro de poco empezaremos a pasear nuestros excesos invernales por esa pasarela de la semidesnudez que son playas y piscinas, sin más tela que un minúsculo bañador cubriendo nuestro cuerpo. Atrás quedaron esos confortables meses de jersey y cazadora, en los que nuestros kilos de más descansaban, ocultos, permitiéndonos conservar algo de dignidad.

Resulta curioso que sea en estas semanas, y no durante todo el año, cuando nos demos cuenta de que no tenemos cuerpos de anuncio. Es como si, después de un invierno de pocos -o nulos- cuidados, un día nos despertásemos con redondo michelín adornando nuestra cintura. Un patético michelín que no tenías la noche anterior al acostarte.

¡Un momento! -decimos mirándonos al espejo- ¿qué es ese bulto que me ha salido? ¿dónde se ha metido mi tableta de chocolate?

Como respuesta, el tipo del espejo, ese tipo que es como tú salvo por el indigno michelín, te contesta señalándote: ¿acaso no lo ves?... -y sonríe malvado- … ¡repartida a lo largo de todo tu perímetro!…

Indignado, decides que ningún tipo gordo del espejo tiene derecho a reírse de ti. Que se van a enterar él y su michelín, porque hoy mismo empiezas la operación bikini, y en un plis-plas ambos no serán más que un incómodo, casi irreal, recuerdo.

Pero perder peso no es fácil. Los que lo hayáis intentado sabréis que las dietas, además de aburridas, son duras. Después de un par de días bastante divertidos -¡hay que ver de cuántas maneras se pueden cocinar las judías verdes!-, desaparece el entusiasmo y nos damos cuenta de lo patético que resulta tener que pesar las cosas antes de comértelas.

Por eso decidí que necesitaba un compañero de fatigas, y lo encontré en mi amigo Alberto. Él es quien me acompaña en este viaje por el lado oscuro de la gastronomía (no se me ocurre otro nombre para ensaladas, carnes a la plancha y postres insípidos), y, después de mi michelín, el principal motivo para no darme por vencido.

Desde que empezamos las dietas, Alberto y yo nos comportamos como un par de jóvenes anoréxicas en plena “batalla de kilos”. Me explico: si uno baja un kilo, el otro también debe hacerlo. Si uno sale a correr tres días a la semana, el otro también debe hacerlo. Constantemente nos llamamos para intercambiar consejos y -lo que a él más le gusta- nuestras últimas pesadas.

Y, aunque parezca mentira, la fórmula funciona. Resulta que el miedo a perder la apuesta es mucho más fuerte que el hambre, y poco a poco, uno y otro vamos bajando de peso. El tanteo es otra historia. Por ahora Alberto me está dando una soberbia paliza, pero se está estancando… ¡y yo sigo progresando!

No conoceremos el resultado final hasta dentro de poco menos de un mes, cuando antes de ir a la playa, en bañador frente al espejo, vuelva a preguntarme: ¿dónde se ha metido mi tableta de chocolate?...

Siempre me quedará el consuelo de saber que la verdadera belleza está en interior.

sábado, mayo 26, 2007

Cursillos de Democracia

La campaña electoral de las dos últimas semanas me ha servido para constatar que la radicalización de España avanza con paso firme en el camino de la constante crispación.

Desde hace unos meses, leer el periódico se ha convertido en un ejercicio de espíritu crítico, de periodismo de investigación. Los paladines de los dos grandes partidos se cruzan acusaciones desde las tribunas de El Mundo y El País. El lector, ante puntos de vista tan dispares, acaba sin saber a quién creer. Incapaz de determinar quién dice la verdad y quién miente, al final uno siempre acaba creyendo a aquél que le dice aquello que quiere oír.

Realimentados con nuestras propias ideas, ya no aprendemos nada nuevo.

Incapaces de creer nada que venga del otro lado, hemos dejado de cuestionarnos nuestro voto. ¿O quién se ha leído al menos dos programas electorales? Nadie. Cegados por nuestra obsesión partidista, por ese gregarismo nietzscheano de banderas, eslóganes e himnos, descalificamos todo lo que venga de fuera. Y, poco a poco, esa autarquía política acaba convirtiendo las urnas en un campo de batalla donde nos enfrentamos todos contra todos.

Nadie gana hasta que no gane nadie.

Y la culpa es sólo nuestra. Asentada la política en el circo televisivo, conectamos expectantes con el Congreso, esperando nuestra ración diaria de insultos, descalificaciones y faltas de respeto; la carnaza nuestra de cada día que acude siempre puntual a la cita y que parece que nunca se vaya a acabar.

Pues bien, creo que ha llegado el momento de poner fin a esta situación. Para hacerlo, se me ocurre la conveniencia de enseñar democracia en las escuelas, igual que se hace con la ética y la religión. Porque nada cambiará realmente hasta que los españoles aprendamos a vivir la democracia con la responsabilidad y el respeto que se merece. Hasta que empecemos a respetarnos a nosotros mismos.

Por eso, por la democracia, por nosotros, os invito a dedicar unos pocos minutos de vuestra ajetreada jornada de reflexión a la lectura crítica de los programas electorales de unos y otros; a pensar en los verdaderos motivos que dirigen nuestro voto en una u otra dirección; a votar en blanco, si ninguna de las opciones nos parecen buenas. A actuar, en definitiva, como buenos demócratas.

Porque conseguir la democracia que queremos sólo depende de nosotros.

jueves, mayo 24, 2007

Apatía

Hay días que es mejor no levantarse. A veces, son semanas.

Me siento cansado. Demasiado cansado para sentir. Apático, me enfrento a mi plana rutina, carente de estímulos. A esa rutina que como un rodillo acaba con mis ánimos, que me mantiene siempre ocupado y no me deja pensar.

Me siento cómodo en mi asiento de primera fila, desde donde asisto impasible al espectáculo de mi vida. Mi corazón, imperturbable, no late.

Frente a mis libros, cierro los ojos por un segundo. Me doy unas vacaciones de mis preocupaciones, del mundo, de mí mismo. Cuando los abro, retomo la lección donde la había dejado.

Porque en exámenes sólo hay tiempo para una cosa.

Ya queda menos.

viernes, mayo 11, 2007

El dueño de la pelota

Algunas de las lecciones más valiosas de la vida se aprenden jugando.

El otro día vi a un grupo de niños jugando a fútbol en el patio del colegio. Llamaba poderosamente mi atención uno de ellos, un chaval delgado y paticorto que entraba durísimo y gritaba sin parar.

Resultaba curioso ver cómo todos sus compañeros se plegaban ante sus caprichosas exigencias y su creativo arbitraje. Juez y parte, el dueño de la pelota amenazaba a voz en grito con expulsar del partido a aquél que le hiciera un caño o le metiera un gol. Y todos tragaban.

Porque el dueño de la pelota sólo juega con sus reglas.

Mientras volvía a casa vinieron a mi mente aquellos que, cuando yo era un niño, fueron los dueños de la pelota. Recordé cómo su pequeño régimen se veía sacudido cuando llegaba un chico al que no le importaba compartir su balón con todos; y cómo ellos comprendían entonces que su despótica actitud les dejaba sin amigos cuando nadie quería su pelota.

Ayer el niño gritón volvió a mi mente en forma de correo electrónico.

El mail era de un viejo amigo al que no veía desde hacía algún tiempo y del que últimamente sólo sabía lo que leía -o veía- esporádicamente en su blog. En unas pocas líneas, mi amigo me pedía educadamente que borrara el enlace a su blog que hay en el mío, porque en esta nueva etapa de su vida -decía- en la que todo le iba genial, no quería conservar el frío recuerdo de los de la etapa del Pilar. Porque, insistía de nuevo, quería acabar con todas las conexiones que le quedaban con nosotros.

Nunca tan pocas palabras me hicieron tanto daño.

Es doloroso pensar que un mail de tres párrafos sea suficiente para dar carpetazo a una amistad que ha durado más de una década; que un puñado de palabras pretendan borrar de mi memoria las tardes que pasamos fusilando las canciones de Sabina en el piano de su casa, las interminables sesiones de cine que apretujados en los sofás de su salón disfrutamos cuando sólo él tenía aire acondicionado en casa, las tardes jugando a la play, los piques, las fiestas, las risas… ¿Cómo puede pedirme que le olvide a él, a un amigo con el que he crecido?

Y aunque yo puedo negarme a olvidar, me parece deplorable que todo lo que hemos vivido juntos ya no signifique nada para él.

Resulta especialmente lamentable que el motivo de nuestro distanciamiento no fuera otro que una desafortunada confusión en la que nadie ganó nada y todos perdimos. Que parezca obviar que él hizo imposible la reconciliación al mostrarse inflexible, negándose a aceptar su parte de culpa en el asunto, cruzado de brazos como un niño gritón al que todos tuvieran que hacer caso porque él es el dueño de la pelota.

Sólo que esta vez no había pelota, y él se quedó, como el niño caprichoso que no maduró, solo.

Espero que él comprenda mi decisión de mantener el enlace de su blog en el mío, como yo he comprendido la suya de borrarlo.

Y aunque lo fácil hubiera sido plegarme a sus deseos para evitar situaciones incómodas, he decidido no hacerlo porque aun espero que un día comprenda que ceder no es de débiles, sino todo lo contrario.

Porque quiero que sepa que aun no doy nuestra amistad por perdida.

Porque con mi pelota, jugamos todos.

miércoles, mayo 02, 2007

Reconocimiento

Se ha montado hoy un gran revuelo por el tema de la chica que ha firmado algunos textos míos como suyos, y me gustaría zanjar el asunto.

Muchas veces, cuando le preguntan a un artista famoso qué es lo que le impulsa a crear, éste contesta: el reconocimiento.

Siendo sincero, la primera reacción ante la noticia del plagio ha sido de orgullo. Me he sentido terriblemente halagado. ¿De verdad alguien considera que mis textos son suficientemente buenos como para hacerlos suyos? ¿He conseguido tocar el corazón de alguien?

Y mientras se sucedían los cruces de comentarios, no podía parar de pensar que no puedo enfadarme con alguien porque le guste lo que escribo. No tendría ningún sentido.

Puede que todo el problema sea por el modo en que se han hecho las cosas. Dice mi amigo Álvaro (que blogs lee unos cuantos) que lo normal en estos casos es referenciar la fuente del texto, reconocer el trabajo del verdadero autor.

Todo lo que ha ocurrido hoy me ha impulsado a proteger el blog con una licencia de Creative Commons. Cualquiera podrá utilizar mis textos, modificarlos y distribuirlos siempre y cuando diga de dónde provienen.

Porque a mi, como a todos, también me gusta tener mi de trocito de reconocimiento.

Insomnio

A oscuras, lo vuelvo a intentar. Cierro los ojos con tanta fuerza que mis lágrimas mojan la almohada. Cierro los ojos esperando caer inconsciente. Es lo único que quiero. Olvidarlo todo y caer inconsciente. Descansar.

Pero mis pensamientos no me conceden una tregua esta noche.

Es curioso el tipo de recuerdos que te vienen a la mente a estas horas. Repaso en pocos segundos algunos de los momentos más importantes de mi vida; también algunos de los más intrascendentes. Pasan tan cerca unos de otros que acaban pareciendo el mismo recuerdo, hasta que forman una imagen mía. Y entonces, empieza.

Hace tiempo llegué a la conclusión de que es imposible cambiar el pasado. Estaría bien, pero no se puede. Sin embargo, lo que sí que podemos hacer es analizarlo para ver qué hicimos bien y qué hicimos mal. Repasarlo, desmenuzarlo, comprenderlo. Comprendernos.

Revivo desde entonces cada una de mis recuerdos. Lo hago en primera, en segunda, en tercera persona; analizo lo dicho y hecho, lo varío, intentando adivinar las consecuencias de haber actuado de otro modo. Mil veces me pregunto: ¿por qué fui tan estúpido?

Con la perspectiva del tiempo es fácil tomar decisiones.

Pasan un par de horas hasta que mis recuerdos deciden darme una tregua, dejándome con un enorme sentimiento de desamparo, con el miedo al fracaso, a equivocarme. Con la sensación de saber que a partir de ahora tengo que hacer las cosas bien. Porque ya no hay más opciones.

Por fin puedo dormirme.

miércoles, abril 25, 2007

Un año de blogger

Hace hoy un año que empecé mi aventura en blogger. Puede que por eso, invadido por la nostalgia, haya decidido dedicar un rato a releerme.

Empiezo por “Una nueva etapa”, el post con el que inauguré el blog. Y a medida que voy leyendo, con una media sonrisa, me doy cuenta de lo mucho que he cambiado, de que cambio cada día.

Nunca conseguí hacer un diario. Al cabo de un par de días me aburría, lo dejaba de lado, así que todo parecía indicar que con el blog pasaría lo mismo. ¿Acaso un blog no es una suerte de diario público?

Sigo recorriendo el blog, prestando especial atención a los comentarios, descubriendo post a post un pequeño grupo de lectores, de amigos que me han acompañado a lo largo del viaje. Y de repente, lo sé. Vosotros sois los que hacéis que este blog tenga sentido.

Resulta extraño pensar que gente que no conozco juegue un papel tan importante en mi vida, pero es así: vosotros habéis sido testigos de todo lo que he vivido a lo largo de este año; os he contado cosas de mi que no sabía casi nadie, me habéis aconsejado y apoyado. Os habéis portado como unos verdaderos amigos.

Por todo eso os deseo, a todos, un feliz año nuevo.

Muchas gracias por estar siempre ahí.

viernes, abril 20, 2007

Deshumanizados

Ayer, como todos sabréis tuvo lugar una masacre en el campus de la Virginia Tech. Un estudiante -violento y depresivo, como nos repiten constantemente- decidió que había llegado el momento de hacer algo con su vida. De cambiar las cosas. Compró dos pistolas y asesinó a sangre fría a treinta y dos de sus compañeros. Luego se suicidó, rubricando el final perfecto de una de sus macabras obras de teatro.

Pese a que la noticia ha copado todas las portadas de esta semana, no es la tragedia quien me ocupa esta noche, sino la frialdad con la que hemos reaccionado ante ella.

Me indigno al comprobar que nadie se preocupa ya por las víctimas. Hemos banalizado la tragedia, transformándola en un espectáculo vía satélite. Alimentamos el fuego del morbo con los muertos del tiroteo, con datos, imágenes, declaraciones. Insaciables, conectamos cada vez antes nuestros televisores para recibir una dosis que nunca nos parece suficiente.

Es curioso que en una sociedad donde la muerte es un tema tabú, ésta presida nuestra mesa a diario; hemos banalizado el dolor y ya nada perturba nuestros duros corazones.

Porque los muertos de verdad ya no nos parecen reales.

He decidido dedicar mi último pensamiento del día a las víctimas de Virginia; mañana habrá otra gran noticia y si no lo evitamos, acabarán convertidos en un número archivado en un rincón de nuestras mentes.

En el mundo de lo sin, perder la humanidad es sólo cuestión de tiempo.

viernes, abril 13, 2007

Sueños

¿Cuáles son vuestros sueños?

Dejadme adivinar: ¿Una buena carrera? ¿una familia? ¿una casa con jardín?... ¿Ganar la Champions League?

Os contaré un secreto: todo el mundo sueña.

En un mundo oscuro, los sueños iluminan el camino que debemos seguir, nos dan un leit motiv; hacen que todo tenga sentido. En un ejercicio de absurda autosugestión, necesitamos convencernos de que nuestras vidas van hacia alguna parte, y los sueños son ese destino.

Pero por hermosos que parezcan nuestros sueños, el camino que nos lleva a ellos no siempre es fácil, y a veces no podemos conseguir aquello que queríamos. Y nos hundimos. Y fracasamos. Porque de nada sirve engañarse: a la larga, todo el mundo acaba cayendo.

En estas noches de estudio vacacional, he pensado mucho en mis sueños. En el éxito. En el fracaso. Y he pensado mucho en una valiosa lección que aprendí el año pasado: los sueños hay que lucharlos.

Cuando fracasas es inútil llorar, patalear, negar la realidad. Regodearte en tu desgracia no te sirve de nada si luego no te levantas para intentarlo de nuevo.

Y aunque puede que a muchos todos esto les resulte terriblemente obvio, a mí me costó cierto tiempo asimilar que nadie va a realizar mis sueños por mí; que si quiero algo, tendré que pelear por ello, y levantarme después de cada caída para intentarlo de nuevo. Asimilar que el verdadero fracaso sería rendirme sin haberlo dado todo antes.

Os lo creáis o no, pensar en todo eso es lo que me anima a robarle media hora al sueño para acabar un problema o releerme un test, a arrancar la hoja y volver a empezar. A centrarme en lo que importa. Porque esta sí que va a ser la buena.

Persigue tus sueños y alcanzarás la felicidad.

sábado, abril 07, 2007

Maternalismos

“Somos una generacion de hombres criados por mujeres, me pregunto si realmente otra mujer será la respuesta que necesitamos.”

Tyler Durden, El Club de la Lucha.

Hace ya un día que mi madre se fue a China, dejándonos solos en casa a mi hermana, mi padre y a mí durante los próximos diez dias.

Uno considera que ante un viaje de esa envergadura -tanto por la distancia como por la duración-, los preparativos le absorberían a uno por completo, mutilando cualquier pensamiento ajeno al visado, el destino o la preparación de la maleta (la cantidad de calzoncillos es un tema especialmente sensible). Sin embargo, los hechos han sido implacables conmigo plantando, como una bofetada en la cara, la cruda realidad ante mí.

Lo más importante antes de irte de casa es asegurarte de que tu familia coma.

Anteayer asistía, a punto de irme a la cama, al espectáculo de la intendencia: uno a uno, mi madre nos recordaba toda la comida que dejaba en la nevera, convenciéndose de que no nos faltaría de nada. Para asegurarse de que las cumpliéramos, replicaba sus indicaciones en una nota -que más bien parecía una carta- para la asistenta.

Con las instrucciones de mi madre aun retumbándome en la cabeza, no podía evitar preguntarme si tantas preocupaciones servirían de algo. ¿Acaso no sabríamos bajar al supermercado si nos quedábamos sin comida? ¿Acaso seríamos incapaces de hacernos una miserable tortilla si nos estuviéramos muriendo de hambre?

Pues bien, aunque lo de cocinar lo tenemos superado, por lo visto yo sí que tengo un problema con la compra.

La misma tarde de su partida, un viaje al supermercado en busca de pan se convirtió en un periplo por el colesterol y las grasas saturadas: papas y doritos a discreción, coca-colas, cereales, polos y saladitos. El pan, por cierto, se me acabó olvidando, despertando las iras de Marta.

Durante la cena pude comprobar que mi hermana se comportaba de un modo extraño. Había algo en ella… ¿cómo decirlo? Maternal. Era ella, la más pequeña, la que nos mandaba recoger la cocina: bastó un simple “dejadlo todo perfecto” para que nosotros accediéramos sin rechistar.

Ya en la cama, no podía dormirme. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿A qué se debía ese halo de autoridad que rodeaba a mi hermana? Y caí en la cuenta: ¡se había convertido en mi madre!

Y es que por lo visto, la expresión “son como niños” es completamente cierta. Los hombres, aunque crezcamos por fuera, nunca dejamos de ser niños por dentro. Niños que necesitan una madre. Pensad en una pareja que lleve cierto tiempo saliendo. En una noche de fiesta cualquiera, será ella quien le vigile, quien le sugiera cuándo parar de beber, y, en la mayoría de casos, quien le lleve a la cama. ¿Hay algo más maternal que eso?

Supongo que es ésta una relación simbiótica: mientras que el hombre recibe atenciones, mimos y alguna que otra reprimenda, la mujer se siente necesaria, madre atenta que cuida de su hijo pequeño y torpe. Sin embargo, eso no significa que en ciertas ocasiones pueda producirse el comportamiento inverso, apelando ella al comportamiento protector y paternal del hombre.

Después de mucho pensarlo, he llegado a una conclusión. A pesar de lo que diga Tyler Durden, no hay nada como el amor de una madre.

viernes, marzo 30, 2007

Lluvia

Llovía en Valencia.

Él caminaba despacio, deteniéndose de tanto en tanto para ver caer las pequeñas gotas de lluvia en los charcos que poblaban las aceras de la avenida.

Siempre le había gustado pasear bajo la lluvia, escuchar música mientras el agua le acariciaba la cara. Sólo paseando era capaz de olvidar sus preocupaciones para así ordenar mejor sus pensamientos, para encontrarse consigo mismo.

Mientras subía el volumen de la canción -algo de Camera Obscura, o eso le parecía-, observaba divertido a la gente, como siempre había hecho. Le gustaba sentirse una pequeña isla en un agitado mar de empapados transeúntes. Una isla. No sonaba mal.

Con las manos en los bolsillos, dobló la esquina. Calculó mentalmente los días que faltaban para que su futuro se resolviera. En poco más de un mes tomaría una decisión que cambiaría su vida para siempre. Miró a su alrededor, dándose cuenta de que su tiempo allí había tocado a su fin, de que pronto empezaría una nueva etapa, desde cero, en otro lugar.

Caminaba y el olor a tierra mojada se colaba por las rejas del descampado. Ya podía ver la Universidad a lo lejos. Las clases no empezarían hasta dentro de quince minutos, así que decidió caminar tranquilo. Tenía tiempo de sobra.

Esperaba junto al semáforo, con la mirada fija en el hombrecillo rojo, cuando el reflejo de una chica en un autobús la trajo a su mente. Desde hacía unos meses ella se venía colando frecuentemente en sus pensamientos, con su recuerdo lejano de felicidad imposible. De fondo, le parecía que sonaba algo de Bloc Party.

No -pensó-. Ella no.

Notaba que poco a poco se quedaba sin aire. Aunque hacía ya bastante tiempo que había tomado la decisión de no torturarse con recuerdos adulterados, todo parecía indicar que su corazón había vuelto, una vez más, a traicionarle. Cruzó el semáforo en rojo. Apretó el paso.

La Facultad ya sólo quedaba a cuatrocientos metros. Empezó a correr. Cuando la sangre te palpita en la cabeza no puedes oír tus pensamientos.

Jadeante, cruzó la puerta para encontrarse a su compañero de prácticas que, como siempre, le esperaba sentado en las escaleras del hall mientras apuraba un café de la máquina.

Se metió en el baño para secarse la cabeza. Bajo el cálido aliento del secamanos volvía a sentirse fuerte, reconfortado, seguro. Estando ya casi seco, se miró un segundo en el espejo para darse cuenta, de repente, de que ella ya no estaba.

martes, marzo 27, 2007

Des-horientado

Llegan, como siempre, sin hacer ruido. Sólo una pequeña nota en el periódico informándonos de que “hoy a las dos, serán las tres” nos advierte de su vuelta.

Hace un par de días los terroristas horarios atacaron de nuevo. Puntuales, como los hombres grises de Momo, nos robaron una hora con la promesa de devolvérnosla con la llegada del invierno, y antes de que pudiéramos protestar, había pasado la hora más corta del año.

Es curioso esto del tiempo. ¿Cómo es posible que podamos adelantar una hora a placer? ¿Qué pasa con aquello que debía haber ocurrido a las dos y media? ¿Dónde guardan esa hora que más tarde nos devuelven? ¿Qué pasa con el trocito de vida que nos roban?

Dicen los expertos que adelantar una hora -para luego atrasarla- nos sirve cada año para ahorrar energía, para contaminar un poco menos. La realidad es que, cuando, con la excusa de ese ínfimo ahorro energético nos roban una hora, nuestro ritmo vital queda trastocado.

Cada vez que cambia la hora, paso una semana durmiendo poco y mal, comiendo peor; me cuesta pensar, estudiar, estoy cansado todo el día… así que me pregunto si de verdad merece la pena cambiar la hora, si el ahorro es tan grande como para compensar el desbarajuste que sufren nuestros cuerpos.

Mientras me adapto al nuevo horario buscaré, des-horientado, el lugar donde guardan mis horas. Pienso recuperarlas.

jueves, marzo 22, 2007

A bofetadas

A lo largo de los años, he perdido un sinfín de horas discutiendo sobre banalidades con mis amigos. Echando la vista atrás, me resulta sencillo recordar noches perdidas en enconados enfrentamientos, con temas como el horario de cierre de los Opencor, o la graduación alcohólica de los distintos vodkas de bajo coste como excusa.

Lo más frustrante del asunto es que la mayoría de esas discusiones acaban en nada, dejándome con la horrible sensación de haber perdido el tiempo en vano…

Pero eso va a cambiar con la llegada del “slap betting”.

Viendo una serie, “How I Met Your Mother”, descubrí una nueva forma de resolver esas pequeñas diferencias que suelen surgir de botellón con los amigos: la “Slap Bet”. Parte de un principio sencillo: si estás seguro de estar en posesión de la verdad, puedes permitirte el lujo de apostarte una bofetada en ello, ya que siempre será el otro el que la reciba.

Las reglas de una “Slap Bet” son las siguientes:

1. Se considera que existe una “Slap Bet” cuando dos amigos, que discuten acerca de un dato contrastable, acuerdan que aquél que al final acabe teniendo la razón tendrá derecho a abofetear al otro tan fuerte como pueda.

2. En toda “Slap Bet” se deberá nombrar un Árbitro. Cuando hubiera dudas acerca del ganador de la discusión, el Árbitro sería el encargado de decidir el ganador. El Árbitro deberá ser alguien justo e imparcial, con buen corazón pero capaz de hacer cumplir las normas con firmeza.

3. Al dar la bofetada, el Abofeteador no deberá golpear al Abofeteado en nariz o labios. En el caso de que el Abofeteado sangrase por la nariz, el Árbitro podría otorgar al sangrante Abofeteado el derecho a una satisfacción, consistente en tres bofetadas seguidas.

4. El Abofeteador deberá dar la bofetada con la mano desnuda; esto es, sin anillos, guantes, ni ornamentos en manos o dedos, a fin de preservar la integridad del Abofeteado.

5. En el momento de dar la bofetada, el Abofeteador no podrá saltar, debiendo mantener siempre un pie en el suelo a fin de preservar la integridad del Abofeteado.

6. Si uno gana el derecho a abofetear al otro mediante mentiras o engaños (el llamado “Abofeteamiento Precoz”), el Abofeteado tendrá derecho a abofetear al Abofeteador tres veces.

7. Sólo estará permitido abofetear con el dorso de la mano si esto se hace en una sucesión de bofetadas. Por ejemplo, si el Árbitro le otorga varias bofetadas seguidas al Abofeteador, éste podrá dar una con el dorso de la mano sólo si la anterior la ha dado con la palma de la mano.

8. Cuando el Abofeteado es abofeteado, él o ella debe aceptar el hecho de que sólo se trata de un juego en el que ha aceptado participar. De todos modos, si luego intentara cualquier represalia contra el Abofeteador, éste tendrá derecho a darle no menos de diez bofetadas, siendo el Árbitro el encargado de determinar el número exacto en función de las circunstancias.

9. En ciertos casos, cuando el Abofeteado haya sido castigado con tandas largas de bofetadas, el Árbitro podrá ofrecerle reducir dicha tanda a la mitad a cambio de aceptar poder recibir esas bofetadas en cualquier momento de su vida a partir de ese instante.

10. Lo más importante de todo. Pásatelo bien. Hay pocas cosas tan divertidas en este mundo como darle un guantazo a un amigo, especialmente si con ello demuestras tener la razón.

He de decir que yo aun no lo he puesto en práctica, así que no sé cómo resultará. De todos modos, os animo a que cuando en medio del botellón un amigo os intente discutir algo de lo que estáis seguros, simplemente le digáis: ¿Te hace una “Slap Bet”?

martes, marzo 13, 2007

Recuerdos

Es extraño. Estaba leyendo un viejo libro en la cama cuando me he topado con una anotación en el margen de la hoja que me ha recordado a ti… y que ya no me deja dormir.

Doy vueltas en la cama intentando pensar en otra cosa, pero no puedo. El iPod tampoco parece muy decidido a ayudarme, así que mientras suena “Everybody’s Gotta Learn Sometimes”, de Beck, me doy cuenta de que hace mucho tiempo que no tengo una relación de verdad, de que últimamente no parece haber nadie que merezca la pena… y no sé por qué.

Y me revuelco en mis recuerdos, y vienen a mi cabeza todas las cosas que no dije, todo lo que no hice y me gustaría haber hecho, y pienso en lo que hubiera podido ser si las cosas hubieran sido distintas…

Como una quinceañera en pleno pavo recuerdo todo lo bueno que tuvimos, que no era poco, y me doy cuenta de que estás en muchos de mis mejores recuerdos. Y al mirarlo desde lejos, el pequeño universo privado que una vez compartimos parece perfecto.

¿Por qué se tuvo que acabar?

Hecho un ovillo, me pregunto si ahí fuera hay alguien para mí. Si alguna vez volveré a sentirme así de bien, si volveré a conocer a alguien que me atrape, que me haga olvidarme de todo, si volveré a enamorarme otra vez…

Pero a medida que pasan los minutos, cuando Belle and Sebastian toman el relevo de Beck, me voy dando cuenta de que en realidad me estoy aferrando a un recuerdo falso, de que todo esto es una ilusión; de que nada de esto tiene sentido. Echarte de menos carece completamente de sentido.

Y me doy cuenta entonces de algo: quiero guardar un recuerdo perfecto de ti. Quiero que lo nuestro sea para siempre perfecto en mi mente, conservar este salvavidas que me rescata por noche cuando no puedo dormir, que me hace pensar que algo perfecto es posible.

Somos lo que recordamos.

sábado, marzo 10, 2007

La fuga de Nunca Jamás

Aunque llevaba un tiempo pensándolo, hoy lo he visto claro. Estoy harto de ser un niño perdido.

Empiezo a notar cómo mi vida en el país de Nunca Jamás está llegando a su fin. Dudo que vuelva a tener algo tan bueno como esto, pero es que ya se ha agotado, ya no da más de sí. Miro con envidia a los valientes que volaron de vuelta al mundo real, que eligieron crecer, que se han hecho mayores, y espero mi turno para seguir sus pasos.

Tengo veintitrés años -casi veinticuatro, como siempre apunta mi padre- y necesito hacer algo con mi vida. Ya me he cansado de tanto juego. Quiero asumir responsabilidades, crecer, afrontar nuevos retos.

¿No padeceré acaso el síndrome del Capitán Garfio?

Empiezo a preparar mi viaje, y me doy cuenta de que no puedo perder tiempo con tonterías, de que debo concentrarme en las cosas importantes, aun a costa de dejar de hacer otras más divertidas. Madurar, al fin y al cabo.

Campanilla no me coge el teléfono. No lo hace desde que hace un par de meses le confesé que la idea de marcharme rondaba por mi cabeza. Ayer no quería abrirme la puerta, así que le dejé unas flores en el alféizar de la ventana como despedida.

Aunque me entristece pensar en todo lo que dejaré atrás aquí, en el país de Nunca Jamás, estoy contento porque sé que estoy haciendo lo correcto. Porque, por fin, empezaré a hacerme mayor.

lunes, marzo 05, 2007

Ojos que no ven

A veces basta con cerrar los ojos para que desaparezcan mi cuarto, la tele y la gente. La música y los libros. A veces sólo tengo que cerrar los ojos para que desaparezcan todos mis problemas.

Llevo un par de días pensando en unos asuntos que se van a ir resolviendo durante los próximos meses y que me tienen bastante intranquilo: después de haber puesto en ellos tantas ganas, empeño e ilusión, saber que dentro de poco -para bien o para mal- todo habrá acabado no me deja dormir.

Y aunque lo único que quiero es que se acabe ya esta incertidumbre, una pequeña parte de mí desea que la espera no acabe nunca, porque de ese modo no hay posibilidad de fracasar, de decepcionar a nadie.

Tengo miedo de que las cosas no salgan bien.

Después de media hora dando vueltas en la cama, he decidido cerrar bien fuerte los ojos; hacer que todo desaparezca.

Dicen que lo que no ves no puede hacerte daño.

jueves, marzo 01, 2007

Coincidencias

¿De qué la conozco? Durante los diez minutos que llevaba en la cola detrás de ella no había podido pensar en otra cosa; diez minutos repasando toda mi vida en busca de su cara, de esos ojos glaucos que me resultaban tan familiares. Era extraño. No la recordaba, y sin embargo estaba completamente seguro de conocerla de algo… ¿pero de qué?

Nervioso, y con la agobiante sensación del que rápidamente se está quedando sin tiempo, intentaba encontrar el mejor modo de abordarla. Parece una tontería, pero es tremendamente difícil entrarle a alguien en un lugar público, de día y de sopetón, sin parecer un ligón de poca monta.

¿De dónde había salido? Iba vestida un poco hippie, pero con ropa buena; era, por tanto, una niña bien. Tal vez eso sirviera. Me puse a buscarla en todos los sitios de marcha que antes frecuentaba, pero nada, ¡su cara no aparecía por ningún lado!

Justo cuando iba a tocarle el hombro para llamar su atención, ella se apartó de la cola y se dirigió a la salida… ¡tenía que hacer algo! ¿por qué había perdido tanto tiempo pensando? ¡ya nunca sabría quién era!

Y entonces pasó algo. De repente se giró, se me quedó mirando un par de segundos y me espetó: “oye, tú y yo nos conocemos… ¿pero de dónde?”

¡Nos conocíamos!

Después de quince minutos de miradas incrédulas y absurda conversación, la chica misteriosa y yo nos despedimos sin haber conseguido descubrir más que nos conocíamos desde hace muchos años. Dos besos y un “hasta pronto” certificaron nuestro reencuentro. Pero la duda seguía ahí, en el espacio que antes ocupaba ella, mirándome burlona.

Ya solo en la cola, no podía quitármela de la cabeza. Aproveché el poco saldo que me quedaba en el móvil para hacer unas llamadas, buscar pistas, un lugar del que Marina, la misteriosa chica de la cola, pudiera proceder. Pero nada de eso sirvió. Nadie la conocía, y nadie me la había presentado; ¿de dónde había salido, pues?

Llegó mi turno y olvidé el tema, hasta que hace un rato me he acordado de ella. No paro de pensar que tal vez debiera haberle pedido el número de teléfono, o darle el mío, para así poder charlar tranquilamente hasta acabar con la duda.

Supongo que ahora tendré que esperar hasta que, accidentalmente, volvamos a encontrarnos. Tal vez entonces descubramos de qué nos conocemos.

Nunca dejarán de sorprenderme las coincidencias.

martes, febrero 20, 2007

En espera

Son las cinco y pico de la mañana y estoy sentado en un incómodo banco de plástico. Apuro mi capuchino de máquina mientras lanzo una rápida mirada a mi alrededor, sabiendo que en quince minutos toda esa gente habrá desaparecido y nunca más volveré a verla.

El hombre trajeado del rincón lleva un rato mirándome. Tiene los ojos tan hinchados de llorar que uno tiene ganas de ir a darle un abrazo. Fantaseo acerca de los motivos que le han traído aquí mientras devoro, ávido, un paquete de Malteesers. Alguien ronca detrás de mí. Nadie más parece haberse percatado de mi presencia.

Soy la pieza que no encaja en este pequeño universo de angustia y dolor.

Nadie dice nada. Aprovecho este pequeño remanso de paz para pensar en mis problemas -o lo que yo llamaba problemas- e inevitablemente empiezo a compararlos con los de mis improvisados compañeros de desayuno. Y aunque no conozco sus historias, me siento afortunado de poder permitirme el lujo de preocuparme por naderías, mientras que hay gente que tiene problemas de verdad.

Decido que no tengo derecho a perturbar su espera, que no debo estar ahí, que me tengo que ir a casa. Me levanto abandonando la pequeña habitación, que se ha convertido en el único de trocito mundo que le queda a sus llorosos ocupantes.

Llueve en la calle.

Al llegar a casa me encojo en la cama buscando algo de calor, y mientras el sonido de la música se ahoga en mis sueños, dedico un último pensamiento a la gente de la sala de espera del hospital; a todos los que esperan algo en sus vidas. Y de repente, recuerdo algo:

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” Mateo 5:5

Nos vemos el sábado que viene a la hora del desayuno.

sábado, febrero 17, 2007

Puedo prometer y prometo...

Al volver de Alemania pensé que para mí la fiesta ya se había acabado: después de cinco días en los que mi mayor preocupación había sido mantener un número suficiente de cervezas frías en el balcón, tocaba volver a la realidad, con sus madrugones, sus laboratorios interminables y su responsabilidad… Puede que por eso me sorprendiese tanto aceptar tan rápido la invitación de Bombonsito para su fiesta de anoche.

La tarde antes de la fiesta la dediqué a prepararme mentalmente para la noche que me esperaba. El hecho de ir con Paco, en un mano a mano de los de verdad, significaba dos cosas: una, que ésa iba a ser una gran noche y dos, que me iba a poner como las cabras. Elegir la ropa era sencillo. Camisa, vaqueros y las all-star para no parecer demasiado formal. Hasta que me corte el pelo, tampoco puedo ir vestido de otro modo. Ya sólo faltaba decidir con qué actitud afrontábamos la noche.

Ante la perspectiva de la barra libre, y el relajado ambiente que conlleva, le di vueltas a la idea de ir en plan “político”. Acercarme a una chica con el rollo de “puedo prometer y prometo…”. El fin que justifica todos los medios. Le daba vueltas a la idea y me gustaba, pero de repente me di cuenta de que yo no soy así. No sé cómo explicarlo, pero no es algo que nazca de mí.

Puede que por eso siempre diga que tal vez sea una de las personas que peor ligan del mundo. De noche, en un pub ruidoso y con la sensación de estar en un mercado de la carne, siempre se me ha dado mal. Muchas veces he envidiado a aquellos que son capaces de plantarse delante de una chica, y convencerlas en cinco minutos de que es el amor de su vida, hacer lo que quieran con ella y luego desentenderse… pero como ya he dicho, no es algo que yo pueda hacer. Lástima.

Al final, aunque no ligué, me lo pasé genial. Para el recuerdo queda una frase de Paco: “si tengo la mitad de cara de borracho que tú… es que voy muy borracho”. Lo único malo ha sido el madrugón, porque a las 9 tenía que estar en teleco, así que hoy he paseado mi resaca por toda Valencia…

Por cierto, un aviso a los marujones: hoy he hablado con la chica de la primera fila. Ha sido por una tontería y he tenido que meter la cuestión de las presentaciones con calzador, pero algo es algo, ¿no?

miércoles, febrero 07, 2007

Entre clases

Pasaban quince minutos de la hora y el profesor no había llegado. Impacientes, los alumnos habíamos salido fuera, esperando que llegase el bedel para comunicarnos la suspensión de la clase. Mis amigos no habían llegado, así que me senté en un banco para escuchar “Eyes Open” de Snow Patrol.

Con los primeros acordes de “You’re all I have”, abrí los ojos. Y la ví. A la chica de la primera fila.

En alguna ocasión ya he comentado cómo la música afecta a mi estado de ánimo.

Pues bien, ella estaba junto a la puerta, charlando con sus amigos. Mientras la miraba, las estrofas de la canción martilleaban mi cabeza: “…under your skin feels like home”, y de repente me he sentido muy solo. Quería quitarme los cascos, porque la música cada vez me hacía sentirme peor, pero no podía, o puede que en fondo no quisiera…

Y a medida que pasaba el tiempo, pensaba más y más en lo mucho que echo de menos una relación seria, revolcándome en mis recuerdos, cada vez peor, hasta que de repente, ha llegado el profesor y nos ha mandado entrar.

Escarmentado, he decidido volver sin música a casa. Ya me había comido demasiado la cabeza por hoy.

martes, febrero 06, 2007

Bendita Rutina

Hoy lunes tocaba volver a la facultad después de una extrañísima semana de vacaciones donde no he parado demasiado por casa.

No deja de resultar curioso que al acabar los exámenes nos entreguemos a la improvisación, los horarios raros y, en definitiva, a todo aquello que habíamos evitado con tanto empeño durante los últimos dos meses.

Ha sido hoy, al llegar a la primera clase del día, cuando he comprendido el verdadero valor de la rutina.

No puedo imaginar cómo sería mi vida si todos los días tuviese que hacer algo distinto, despertar a una hora distinta, y carecer de planificación alguna. En poco tiempo, lo que parecía “divertido y cómodo” se tornaría “infernal y absorbente” porque la rutina sirve para, entre otras cosas, quitarte unas cuantas preocupaciones de encima.

Así que cuando he mirado mi horario esta mañana, sólo he podido pensar: “Ay, bendita rutina".

Javi vuelve a casa.

viernes, febrero 02, 2007

Los abuelos tatuados

Esta semana de vacaciones que me ha regalado la distribución de los exámenes de enero me ha servido para descubrir el mundo de los talk-shows matutinos, en los que un presentador y su equipo de colaboradores -lo que también se conoce como “el consejo de sabios”- se dedica a destripar la actualidad nacional en clave marujil.

Así pues, sin nada mejor que hacer -y siempre refugiado en el calor de mi cama (y de mi pijama)- esta semana he pasado las mañanas en compañía de Manuel y Susana, de Ana Rosa y sus testimonios en directo.

Aunque a mucha gente pueda parecerle irrelevante la opinión de la señora que vivía en la misma calle que el parricida de moda de la semana, yo encuentro en sus palabras una fuente inagotable de conocimientos. Me explico: además de geografía (o si no, ¿cómo iba a saber yo que Dólar es un pueblo de Granada?), en ellos uno puede descubrir acentos hasta entonces desconocidos -como el riojano- y, sobre todo, tomar conciencia de la verdadera realidad de España.

Hace tiempo que España dejó de ser un país de gente repeinada, aseada, donde hasta el más pobre lucía impecable y gentil, preocupado del qué dirán. España es hoy un país de obreros, con chalecos azules y cabezas rapadas. De pendientes en las dos orejas. De cuerpos tatuados. El país de horteras que denunciaba desde hace años y que por fin ha dejado de ser invisible.

Basta con darse una vuelta por un centro comercial: el español medio luce pelo engominado, músculos esculpidos a golpe de esteroides, y tatuajes, cuanto más mejor: un par tribales, su nombre en chino, y el nombre de su última churri. Ochenta kilos de carne que viven esclavos de su imagen, de una visión de sí mismos que ellos no inventaron, pero que se ven condenados a mantener, atrapados como están en su particular versión de "Quiero ser como Beckham".

Aunque es una forma de vida que nunca he conseguido entender, lo que más me ha llamado la atención siempre ha sido la obsesión por los tatuajes. ¿Acaso no saben que un tatuaje es para toda la vida? ¿De verdad piensan que toda esa parafernalia estará de moda siempre? ¿Qué harán entonces nuestros fashion-victims del andamio?

Si las cosas no cambian, en 40 años Benidorm estará lleno de abuelos tatuados. Viejos que, embutidos en una vieja camiseta que marca su pecho caído, mirarán el mar con la nostalgia del que recuerda tiempos mejores.

sábado, enero 27, 2007

La gran noticia

Hacía una semana que no se hablaba de otra cosa. En cada descanso, cola en la máquina de café o prolegómeno de examen, las teorías se sucedían a un ritmo vertiginoso, creyendo reconocer en todas partes la sonrisa cómplice del que lo sabe todo, pero no lo quiere decir. ¿Qué era aquello tan importante que Pablo tenía que decirnos el viernes?

Camino del restaurante -el Crapapelata de la calle Salamanca- no paraba de pensar en la llamada perdida de Pablo que no devolví la semana pasada. ¿Para qué me había llamado? ¿Acaso tenía algo que decirme? Bien pensado, Paco había sonado bastante misterioso esa tarde al teléfono. Seguro que él sabía algo.

Cuando llegué -tarde, como de costumbre- casi todos ya estaban sentados. Saludé rápido a todo el mundo, dejando al misterioso Pablo para el final. Mientras le daba el abrazo de rigor, sentí que ya no podía aguantar más, así que le espeté:

- Bueno -y, al mirar alrededor, me di cuenta de que todos ya lo sabían- ¿no tienes nada que contarme?

La respuesta me dejó helado.

- Pues… -el cabrón se hacía de rogar- la verdad es que sí tengo una noticia. Tras lanzar una mirada rápida al grupo, me volvió a mirar y me dijo: María -su novia- se casa.

Un momento. Vamos a pararnos un segundo. Si María se casa es que… ¡Pablo se casa! ¡Esa era la gran noticia! De repente sentí que me había quedado helado, mirando a mi amigo con la boca abierta, provocando su carcajada.

- Tío... -estaba intentando pensar algo acorde con ese momento- ¡que te casas! -vale, no había sido algo memorable, pero me habían pillado por sorpresa- ¡que os casáis!

Después de una representación de la pedida (a la que no estamos invitados), con anillo del todo a 100 incluido, empezamos a cenar entre bromas, abrazos varios y un montón de buenos deseos. Paco y yo recibimos el encargo de organizar la despedida de soltero, y en seguida nos pusimos a barajar ubicaciones, fechas y bromas varias para la fiesta. La boda es en octubre, y no teníamos tiempo que perder.

Ha sido al volver a casa cuando, al sentarme en mi mesa para estudiar, he vuelto a pensar en mi vida congelada. Técnicamente, si un amigo mío se casa… ¿estoy en edad de casarme? ¡Pero si ni siquiera tengo novia!

El tremendo agobio que he sentido me ha reafirmado en mi voluntad de descongelar mi vida, de no dejar pasar las oportunidades, empezando desde ya mismo. Puede que no sea tan difícil, dicen que en las bodas se liga un montón, ¿no?

Pero agobios aparte, sobre todo me he alegrado muchísimo por la pareja, porque han tomado la decisión más importante de sus vidas. Espero que sean muy felices.

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