Cursillos de Democracia
La campaña electoral de las dos últimas semanas me ha servido para constatar que la radicalización de España avanza con paso firme en el camino de la constante crispación.
Desde hace unos meses, leer el periódico se ha convertido en un ejercicio de espíritu crítico, de periodismo de investigación. Los paladines de los dos grandes partidos se cruzan acusaciones desde las tribunas de El Mundo y El País. El lector, ante puntos de vista tan dispares, acaba sin saber a quién creer. Incapaz de determinar quién dice la verdad y quién miente, al final uno siempre acaba creyendo a aquél que le dice aquello que quiere oír.
Realimentados con nuestras propias ideas, ya no aprendemos nada nuevo.
Incapaces de creer nada que venga del otro lado, hemos dejado de cuestionarnos nuestro voto. ¿O quién se ha leído al menos dos programas electorales? Nadie. Cegados por nuestra obsesión partidista, por ese gregarismo nietzscheano de banderas, eslóganes e himnos, descalificamos todo lo que venga de fuera. Y, poco a poco, esa autarquía política acaba convirtiendo las urnas en un campo de batalla donde nos enfrentamos todos contra todos.
Nadie gana hasta que no gane nadie.
Y la culpa es sólo nuestra. Asentada la política en el circo televisivo, conectamos expectantes con el Congreso, esperando nuestra ración diaria de insultos, descalificaciones y faltas de respeto; la carnaza nuestra de cada día que acude siempre puntual a la cita y que parece que nunca se vaya a acabar.
Pues bien, creo que ha llegado el momento de poner fin a esta situación. Para hacerlo, se me ocurre la conveniencia de enseñar democracia en las escuelas, igual que se hace con la ética y
Por eso, por la democracia, por nosotros, os invito a dedicar unos pocos minutos de vuestra ajetreada jornada de reflexión a la lectura crítica de los programas electorales de unos y otros; a pensar en los verdaderos motivos que dirigen nuestro voto en una u otra dirección; a votar en blanco, si ninguna de las opciones nos parecen buenas. A actuar, en definitiva, como buenos demócratas.
Porque conseguir la democracia que queremos sólo depende de nosotros.