domingo, diciembre 31, 2006

La Rana y el Escorpión

Hoy desayunaba mientras los restos del párking de la T4 ardían. Pero yo no lo sabía. Mientras me duchaba, la policía y los bomberos evacuaban la terminal, para luego zambullirse en el caos de humo y cascotes. Una columna de humo se elevaba en el cielo, y ya se podía ver desde el centro de la ciudad. Pero yo no lo sabía.

Ha sido mi hermana la que ha llamado a mi puerta y me ha dicho: “Javi, ha habido un atentado en Madrid, ven a verlo”.

Y mientras veía por televisión las imágenes del párking destruido, del humo, de la gente en las pistas de aterrizaje, me sentía cada vez más desconcertado e indignado. Furioso. Igual que la gente que se había enterado antes, mientras yo permanecía ignorante. Igual que la gente que se enteraría después.

Poco a poco, se iban sucediendo las declaraciones: Rajoy, Rubalcaba, Otegui, Rodíguez (Zapatero). Eran las dos últimas las que concitaban una mayor expectación: ¿qué pasaría con el proceso de paz? ¿nos había sorprendido el atentado o era algo esperado? ¿volvería el pacto antiterrorista?

Al final, como esta mañana, mucho humo. Ni Rodríguez ni Otegui daban las negociaciones por acabadas (si bien el presidente apuntaba a que estaban “en suspenso”). Rajoy, menos beligerante que de costumbre, tendía su mano al diálogo, pero con condiciones. Rubalcaba, por su parte, apuntaba que “el Gobierno nunca negociará con asesinos”.

Ojalá cumpla su palabra.

Hay una vieja historia africana que me ha venido a la cabeza al pensar en las negociaciones con ETA de las que tanto se ha hablado últimamente. Dice algo así:

Un escorpión, que deseaba atravesar el río, le dijo a una rana:

- Llévame a tu espalda para que pueda cruzar el río.

- ¡Que te lleve a mi espalda! -contestó la rana-. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! ¡Si lo hago, me picarás y me matarás!.

- No seas tonta –le dijo entonces el escorpión-. Si te pico, te hundirás en el agua y yo también me ahogaré, pues yo no sé nadar.

Los dos animales siguieron discutiendo, hasta que por fin la rana fue persuadida. Cargó al escorpión sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró, y empezaron la travesía.

Llegados al medio del gran río, allí donde se crean los remolinos, al intentar asirse con sus pinzas y su cola, de pronto el escorpión picó a la rana. Ésta sintió como el veneno mortal se iba extendiendo lentamente por su cuerpo, y mientras se ahogaba, y con ella el escorpión, le gritó:

- ¡Vamos a morir los dos! ¿Por qué lo has hecho?

- No pude evitarlo –dijo el escorpión antes de desaparecer en las aguas-. Es mi naturaleza.

Igual que el escorpión no puede evitar picar, una banda terrorista no puede evitar matar. Es su naturaleza y razón de ser, porque sin la violencia, sin el terror, ETA se queda desnuda. Si uno aparta las pistolas, las bombas, la extorsión, la violencia... no encuentra nada.

Hay quien dice que ETA tiene un proyecto democrático. Pero un verdadero proyecto democrático no puede empezar con el asesinato de inocentes, con la colocación de bombas, con el terror. ETA sólo hace, como cada cuatro años, el mismo paripé de siempre.

Mientras tanto, nosotros somos la amable rana que cree al escorpión. La amable rana a la que siempre le vuelven a picar. Y creo que ya ha llegado el momento de que aprendamos, de que dejemos de repetir viejos errores.

Hay que acabar con el escorpión. Para siempre.

viernes, diciembre 29, 2006

Rutina

Estas Navidades casi no he salido de casa. Es por eso que los libros se amontonan en mi mesa, por el suelo, en lo que parece querer convertirse en una montaña; en el Everest del conocimiento. Celia, la señora de la limpieza, ha dicho que no me limpia el cuarto en esas condiciones. La verdad es que ya me da igual.

A medida que se acerca enero, los estudiantes vamos perdiendo nuestra famosa calidad de vida. Dormimos y comemos menos. Suspendemos temporalmente los vínculos con el mundo exterior. Nos descuidamos. A veces pueden pasar un par de días sin que nos quitemos el pijama, sin que nos demos cuenta de que hay que ventilar el cuarto porque allí no hay quien entre, porque apesta a nosotros. De que apestamos.

Nadie dijo que estudiar fuera fácil.

Es de noche y todos duermen. Antes de meterme en la cama me paso, hambriento, por la cocina. Si estuviese durmiendo, ahora no tendría hambre. Pero no estoy durmiendo. En la penumbra, furtivo, busco algo sano, pero al final sólo encuentro algo de chocolate y un poco de mermelada. Genial. Viva la dieta mediterránea.

Apago las luces y me acurruco en mi cama, que está helada. Mientras me doblo sobre mí mismo, buscando calor, escucho los ruidos de la casa. Nada. Todo está en silencio. El mismo silencio que me despertará mañana, cuando todos se hayan ido, que no me dirá que ordene mi cuarto, que hoy es viernes, que esta mañana tampoco saldré de casa.

La ordenada rutina del estudiante.

miércoles, diciembre 27, 2006

Fantasmas

En un descanso, me conecto al Messenger. Tengo quince contactos conectados, pero no hablo con ninguno de ellos. Los conozco, y aunque puede que en algún momento compartiésemos algo especial, eso ya quedó olvidado. Son recuerdos, atrezzo vital, el decorado de una función que se acabó.

Ya no son más que fantasmas.

Resulta curioso que uno pueda saber de alguien sin hablar nunca con él. Basta con leer su nick para seguir el rastro a su vida sentimental, éxitos, decepciones y tardes tristes. Por irónico que parezca, a veces podemos saber mucho más de alguien cercano observándole en silencio que hablando con él.

Dicen que los fantasmas vagan por nuestras casas cuando creen que nadie puede verles.

Sigo conectado y en silencio. De repente me doy cuenta de que yo también soy un fantasma, un punto parpadeante en el monitor de otra persona. Sonrío mientras apago el ordenador. En ese preciso instante, un punto se desvanece en casa de alguien. Ya soy invisible.

Todos somos fantasmas.

jueves, diciembre 21, 2006

Luces de colores

Un día desperté y las calles habían cambiado. Allí donde miraba había luces de colores, espumillón, nieve de bote. La Navidad había llegado a la ciudad, sin avisar, como un ladrón nocturno.

Salí a pasear por las calles con la intención de empaparme del espíritu navideño. Pero no me gustó lo que vi. La ciudad estaba poseída por un consumismo feroz; el centro tomado por un ejército de compradores, que purgaban sus penas a golpe de Visa. Niños sentados en el regazo de papás noeles de supermercado con el mismo ánimo que un terrorista que presenta su lista de reivindicaciones. El “me gustaría” se había convertido en “yo quiero” y, en algunos casos “yo exijo”, y todo el mundo lo consideraba normal.

Cuanto más paseaba, más triste estaba. ¿De qué servían las luces, el papel de regalo, los villancicos? ¿Qué significaba la Navidad? ¿Agobios? ¿Consumo? ¿De verdad era eso lo que queríamos?

Pero, de repente el mundo pareció redimirse cuando, como en una de esas películas malas que hacen a mediodía, al subir al autobús, una señora me miró y sonriente me espetó un “feliz Navidad” que me llegó al alma. Vaya. Puede que después de todo, el espíritu navideño exista, pensé. Y entonces empecé a mirar a mi alrededor con otros ojos.

De repente vi como la gente, animada por el hipnótico efecto de las parpadeantes luces de colores, sonreía constantemente, se comportaba de un modo amable, ayudaba a los desconocidos…

Sonreí contento: ¡la Navidad tenía un sentido, y yo lo había encontrado! Cuanto más miraba, más veía: padres con sus hijos, abuelas cargadas con lo que sería cena para muchos, abrazos entre viejos amigos, reencuentros. Todo rezumaba Navidad, felicidad, ilusión, y era real, lo tenía delante de mis narices.

En mi colegio solían decirnos que en Navidad, además de adornar la casa, debíamos adornar nuestros corazones, poner algo de luz en ellos, hacerlos agradables, acogedores, bonitos. Pensando en mi paseo, he comprendido que no les faltaba razón.

En estos días de familia, amigos y regalos, os pido que no olvidéis poner algún adorno en vuestros corazones. Luces de colores que harán que encontremos un poco más de calor en estas fiestas.

Feliz Navidad.

lunes, diciembre 18, 2006

Cinco Minutos

Despierto y la casa está silenciosa. Un poco de luz se cuela por las ventanas, pero es agradable, no me molesta. Los auriculares que, como siempre, han acabado en el fondo de la cama, aun escupen algunos acordes de “Meeting Paris Hilton”, de Cansei de Ser Sexy, que me bajé la noche anterior. Miro al techo. Así, tranquilo y calentito en la cama, soy feliz.

El despertador no tarda en interrumpir el idílico momento. Suena y suena, y con cada pitido parece decirme: “despierta, holgazán, te espera un largo día… ¡fuera de la cama!”. Lo miro con una mezcla de incredulidad y odio para, tras un par de segundos de duda, apagarlo. Se me cierran los ojos.

Cinco minutos más tarde, despierto de nuevo. El despertador debe de haber sonado, pero no recuerdo haberlo apagado. De lo que sí que estoy seguro es de que no me he despertado yo solo. ¿Por qué no recuerdo que sonara?

No encuentro respuesta a mi pregunta, y al final salgo de la cama, desayuno, me ducho y visto. En la calle hace frío: el sol de diciembre no calienta por las mañanas. Se empiezan a ver bastantes bufandas.

Me arrellano en el asiento del bus. Miro por la ventana mientras me organizo el día. La gente tiene cara de sueño, nadie habla. Una señora mal vestida parece triste. Mira algo dentro de su bolso de un modo bastante obsesivo. Me pica la curiosidad, pero la etiqueta me obliga a ocuparme exclusivamente de mis asuntos, y yo soy un chico educado.

Llego a la facultad un poco antes de la hora. La cola de la máquina de café crece por momentos. Considero incorporarme, pero ese café es vomitivo. Entro en clase, dejo mis cosas y me siento.

Mientras espero aburrido la llegada de mis compañeros, bostezo, sin poder evitar pensar que debería haberme quedado cinco minutos más en la cama…

miércoles, diciembre 13, 2006

La chica de la primera fila

Hacía ya un mes que me había fijado en ella. Siempre llegaba de los primeros a clase para sentarse en su sitio, en la primera fila. Cada día robaba unos minutos para fijarme en ella, en sus gestos; no sé… tenía algo.

La clase de hoy era bastante aburrida; después de una hora sentados, aún no habíamos avanzado ninguna transparencia. Mientras el profesor nos hablaba de la amenaza asiática, en la segunda fila dos chavales jugaban a las cartas por debajo de la mesa. Los minutos corrían cada vez más lentos. Los alumnos agonizábamos a la espera del descanso.

Y entonces, la he visto. Y hoy parecía diferente.

Me he pasado los cinco minutos que quedaban para el descanso observándola, reprendiéndome por no saber su nombre, por no haber hablado nunca con ella… ¡Me moría de ganas de conocerla!

Tras el descanso me costaba mantener la atención. El camino a la pizarra se paraba en ella, en su pelo, en el modo en que cogía el boli, en su sonrisa. Ensimismado como estaba, no me daba cuenta de que Cons me miraba sonriente:

- ¿Qué miras?

- Nada.

- La estás mirando a ella. A María. (nombre inventado)

- ¿María? ¿Es así como se llama?

- Sí.

- ¿La conoces?

- Claro.

Es verdad. Había olvidado que Cons conoce a todo el mundo. ¡Qué tonto había sido! Debería haberle preguntado a ella desde el principio, ¡la de quebraderos de cabeza que me habría ahorrado! ¡Tonto, tonto, tonto!

Las preguntas se atropellaban en mi boca, y Cons disfrutaba del momento, de su momento. Divertida, me decía que era un poco tímida, muy dulce, que me pegaba muchísimo. Que sí, que me la presentaría, que me lo prometía, que no tenía de qué preocuparme (¡viva la Celestina que habita dentro de todas las mujeres!).

Cuando ha acabado la clase he empezado a pensar en lo que había pasado. ¿De verdad había visto algo en esa chica, o simplemente había querido verlo? No hay que olvidar que en esta época de noches en vela y madrugones inmisericordes, el corazón nos juega malas pasadas. Al final, he decidido aparcar el tema un tiempo para ver qué pasa, que ahora empiezan los exámenes y las distracciones se pagan.

Me acabo de despertar después de media hora de sueño. Soñaba que hablaba con ella, con la chica de la primera fila, que aunque estábamos vergonzosos conseguía hacerle reír. Que empezaba a conocerla. Tal vez me baste con conocerla, con acabar con la duda que a la vez la hace tan atractiva…

Esto continuará en febrero, después de exámenes. Hasta entonces, sólo me quedará un rincón en mis sueños para charlar con ella, para intentar descubrir quién es la chica de la primera fila.

martes, diciembre 12, 2006

La Guerra de mi Abuelo (parte II)

La guerra la pasó mi abuelo como escribiente, evitando los ascensos, en una brigada móvil especializada en los “golpes de mano”, esto es, pequeños ataques puntuales que ayudaban a decidir la toma o la defensa de ciertas plazas. Fue un tiempo ajetreado, de perder amigos, de hacer otros nuevos, de salvar la vida por los pelos; un tiempo de guerra, al fin y al cabo.

Es en esta época donde constata que la aquella era una guerra de hermanos: en general, no eran las ideologías, ni la búsqueda de la justicia social, ni los motivos religiosos los que empujaban a los españoles a luchar entre ellos. Casi todos se vieron, como mi abuelo, sorprendidos en una lucha que no conseguían entender, formando parte del ejército que les había tocado en una especie de sorteo macabro.

Tal vez fuera eso lo que hizo posible que, en alguna ocasión, los soldados jugaran un partido de fútbol en tierra de nadie, entre las trincheras, o que los coroneles llegaran a acuerdos para cambiar el tabaco (de Canarias), que tenían los nacionales, por el papel de fumar (de Alcoy), que tenían los republicanos.

En marzo del 39, cuando la guerra agonizaba, lo que quedaba de la brigada de xavieros decidió “pasarse” al lado Nacional. Fueron recluidos en el Campo de Concentración de El Toro, donde, aunque fueron despojados de sus pertenencias, recibieron muy buen trato de sus guardianes. Esta era, como ya he dicho, una guerra de hermanos, y en esas situaciones el odio de las trincheras se desvanecía, quedando sólo pequeñas pullas que, de cualquier modo, entraban dentro de lo perfectamente natural.

Mi abuelo consiguió salir al cabo de cuatro de días, gracias a un amigo que había empezado la guerra junto a él, en el bando republicano. Una vez fuera, y como reconocido “adicto al Movimiento Nacional”, mi abuelo podía avalar a quien quisiera, eso sí, respondiendo por ellos. Y vaya si lo hizo: uno a uno, fue salvando a toda su quinta, que a su vez, salvaba a sus amigos y familiares.

En un par de semanas, se quedó el Campo medio vacío.

Al final de la Guerra, en la que no había disparado ni un solo tiro, consiguió colarse en un tren que iba para Madrid, para, por fin, llegar a casa de su hermano. Ahora sí, vencido y desarmado, para él la guerra había terminado, tal y como rezaba el último parte de guerra nacional.

Esta fue la guerra de mi abuelo, la de mi familia, mi guerra. En cada casa hay una distinta, y os invito a todos a buscar la vuestra, a empaparos de vuestra historia, porque os ayudará, como la lectura de las memorias de mi abuelo me ha ayudado a mí, a conoceros y comprenderos un poco mejor.

En nuestra guerra no hubo vencedores de ningún tipo, sólo una generación de españoles obligados a odiarse, a perder los mejores años de su vida de un modo miserable, metidos en trincheras, a morir en una guerra que no comprendían. Habíamos olvidado lo mucho que nos odiábamos, y no comprendo por qué hay tanta gente que está empeñada en recordárnoslo.

domingo, diciembre 10, 2006

La Guerra de mi Abuelo (parte I)

Dicen que en la Guerra Civil española no hubo ni vencedores ni vencidos, sólo perdedores, y sin embargo, puedo decir sin miedo a equivocarme que mi familia fue de las que ganaron la guerra.

En este año de la tan cacareada “Memoria Histórica”, que no ha servido más que para reabrir viejas heridas que ya creíamos curadas y olvidadas, ha caído en mis manos un compendio de las memorias de guerra de mi abuelo Gregorio, que no he dudado en devorar lo más rápido que he podido.

La lectura de las anécdotas, de las vivencias, de mi joven abuelo (tenía entonces veinte años y estaba en tercero de Derecho), me ha descubierto un nuevo punto de vista sobre la Guerra Civil salpicado de anécdotas, y alejado de los puntos de vista “oficiales” que hasta entonces habían llegado hasta mí.

A mi abuelo la guerra le pilló veraneando en Jávea, Alicante, donde había alquilado una casa para todo el verano; y en un veraneo permanente se convirtió su vida, al menos durante el primer año y poco de conflicto. Fue durante ese tiempo, profesor, actor y escritor de Zarzuelas (según él, de cierto éxito), y sobre todo, un joven enamoradizo (de casta le viene al galgo), que cada poco tiempo se desvivía por un nuevo amor. Fue éste, y cito sus palabras, “uno de los períodos más felices de mi vida”.

Más tarde, fue movilizado con sus amigos xavieros, en la que entonces se llamaría “quinta del biberón”, presentándose para instrucción el día de Reyes del 38 en el Cuartel de Infantería de Alcoy. Allí aprendió rudimentos de camuflaje, a manejar un arma y poco más. Supongo que para ir a la guerra no hay que saber demasiadas cosas: basta con que algo te empuje… ¡y eso ya lo hacían los comisarios!

Una anécdota de ese período es que, durante la instrucción de tiro, los mejores tiradores eran “recompensados” con una ametralladora de casi veinte kilos (que tenían que llevar encima). Hartos de ir cargados como mulas, empezaron todos a disparar mal adrede, consiguiendo ser clasificados como tiradores de segunda y evitándose así cargar con tan molesto equipaje.

(continuará)

sábado, diciembre 02, 2006

Lo Trágico es Magnético

Algo extraño había debido pasar. Las llaves del coche estaban en la entrada, como una tímida invitación para salir fuera, ver el mundo.

No sé por qué, pero tomé el camino largo para llegar a la facultad: que si un rodeo por aquí, que si otro por allá… total, no había prisa, ese día no tenía clase y simplemente debía acudir a un par de reuniones que sabía que no merecían demasiado la pena.

En un semáforo, de repente, me vino el blog a la cabeza: llevaba casi una semana sin escribir, y las ideas parecían evaporarse justo antes de llegar al teclado; el último artículo me había dejado vacío, devastado, avergonzado. No tenía ganas de escribir nada.

Empecé entonces a pensar en la vida en sociedad, el modo en que nos relacionamos; en la compleja madeja de vínculos en que acabamos atrapados, en cómo todos nuestros actos encuentran eco en nuestros semejantes. Puede que a veces haya que callarse cosas; no es bueno reabrir heridas: bastante tenemos ya con lamernos las propias.

Todo eso me había dejado un poco jodido. Puse algo de música. Nada especial, la canción de siempre, Mr Brightside, de The Killers, y la cosa mejoró. No mucho, pero mejoró. Luego, como si supiera lo que necesitaba, el iPod fue empalmando temas animosos, energizantes. Parece tener un sexto (técnicamente, un primer y único) sentido, capaz de elegir aquello que más necesitamos… o tal vez, puede que simplemente toda mi música se parezca, como una lista de reproducción de Pandora.

Más animado, empecé a darle vueltas a algo que ya había hablado con mi amigo Paco en más de una ocasión: ¿puede llegar una buena canción llegar a despojarnos de nuestras emociones, imponiendo las suyas? ¿Hasta qué punto nos influye la música que escuchamos? ¿Es posible vivir de sentimientos prestados?

El tema no es baladí. Por muchas vueltas que le doy, no encuentro respuesta a la pregunta de si escuchamos canciones tristes porque estamos tristes, o simplemente estamos tristes porque escuchamos canciones tristes.

Argumentos a favor y en contra de cada una de las posibilidades, hay a montones; basta recordar alguna noche de insomnio, quemando las horas cascos en ristre. ¿Estamos tristes, o nos ponemos tristes? Supongo que la música no sólo amplifica nuestros sentimientos, sino que nos proporciona nuevas experiencias, no nos deja indiferentes. Además, mola. Por eso nos gusta tanto.

Quisiera, por fin, acabar rompiendo una lanza a favor de las canciones tristes. Como cuando eras pequeño y te ponían agua oxigenada, si algo te duele, es que cura. Pues debe de pasar un poco lo mismo con las canciones tristes: no nos podemos desenganchar de ellas porque, además del problema, forman parte del proceso de cura. Porque lo trágico es magnético, y en el fondo eso es algo que nos gusta.

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