domingo, diciembre 10, 2006

La Guerra de mi Abuelo (parte I)

Dicen que en la Guerra Civil española no hubo ni vencedores ni vencidos, sólo perdedores, y sin embargo, puedo decir sin miedo a equivocarme que mi familia fue de las que ganaron la guerra.

En este año de la tan cacareada “Memoria Histórica”, que no ha servido más que para reabrir viejas heridas que ya creíamos curadas y olvidadas, ha caído en mis manos un compendio de las memorias de guerra de mi abuelo Gregorio, que no he dudado en devorar lo más rápido que he podido.

La lectura de las anécdotas, de las vivencias, de mi joven abuelo (tenía entonces veinte años y estaba en tercero de Derecho), me ha descubierto un nuevo punto de vista sobre la Guerra Civil salpicado de anécdotas, y alejado de los puntos de vista “oficiales” que hasta entonces habían llegado hasta mí.

A mi abuelo la guerra le pilló veraneando en Jávea, Alicante, donde había alquilado una casa para todo el verano; y en un veraneo permanente se convirtió su vida, al menos durante el primer año y poco de conflicto. Fue durante ese tiempo, profesor, actor y escritor de Zarzuelas (según él, de cierto éxito), y sobre todo, un joven enamoradizo (de casta le viene al galgo), que cada poco tiempo se desvivía por un nuevo amor. Fue éste, y cito sus palabras, “uno de los períodos más felices de mi vida”.

Más tarde, fue movilizado con sus amigos xavieros, en la que entonces se llamaría “quinta del biberón”, presentándose para instrucción el día de Reyes del 38 en el Cuartel de Infantería de Alcoy. Allí aprendió rudimentos de camuflaje, a manejar un arma y poco más. Supongo que para ir a la guerra no hay que saber demasiadas cosas: basta con que algo te empuje… ¡y eso ya lo hacían los comisarios!

Una anécdota de ese período es que, durante la instrucción de tiro, los mejores tiradores eran “recompensados” con una ametralladora de casi veinte kilos (que tenían que llevar encima). Hartos de ir cargados como mulas, empezaron todos a disparar mal adrede, consiguiendo ser clasificados como tiradores de segunda y evitándose así cargar con tan molesto equipaje.

(continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy grandes las anécdotas de tu abuelo, estas y otras que me has contado. Sabía que lo dividirías en varias partes,jeje.
La verdad es que debe de ser curioso encontrarte con un diario de tu abuelo, y leer de primera mano anécdotas e historias que no conocías Desde que conocemos a nuestros abuelos, son abuelos, no nos los imaginamos siendo jóvenes, tiene que ser entrañable encontrarse con algo así.
Espero leer pronto más historias, 1 abrazo!

Javi dijo...

La verdad es que, gracias a la afición de mi abuelo por documentarlo todo (pura deformación profesional, era notario), me ha regalado millones de anécdotas, y me ha ofrecido la posibilidad de conocerle un poco mejor.

¿Sabes? A menudo pienso que debería hacer un pequeño diario, no para mi, sino para mis hijos y mis nietos. Creo que sería algo genial: mi trocito de inmortalidad.

El texto he decidido dividirlo porque si no quedaba un post demasiado largo, y daba un poco de pereza leerlo todo del tirón.

Un abrazo, mañana colgaré la segunda (y última parte). Gracias por seguir siempre ahí.

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